Ricardo corazón de León vs Hipoposaurius-rex.

La tierra temblaba bajo sus pasos, una bestia de dos metros de altura se alzaba en el horizonte, cabeza de caballo de río, y cuerpo de dragón sin alas, fuera lo que fuese esa cosa, se acercaba a los cruzados, levantando polvo en su envestida. 

Ricardo corazón de León, rey de Inglaterra y líder de los templarios, contemplaba como enfrentarla. Eran las cinco de la tarde, se encontraban en el desierto camino a Jerusalén, y lo que menos necesitaba ahora eran más bajas, así pues, el decidió ser el que enfrentara a esa bestia, bautizada como hipoposaurius-rex por uno de sus hombres.

En su mano izquierda empuñó la lanza de Longinos obtenida desde la primera cruzada, y en la mano derecha, la más fiel de sus espadas, cubierto así de la armadura de su tierra, se lanzó corriendo sin corcel a la más feroz de sus batallas.

La criatura era grande, pero también torpe, sus movimientos eran lentos y Ricardo aprovechaba eso para dar cortes fuertes en el estómago, que perforaban con problemas la piel del animal, el plan del rey era desangrar a la criatura, pero esta se revolvía y en pleno combate se irguió y lanzó todo su peso sobre sus patas delanteras, pero Ricardo pudo esquivar el ataque y aprovechó para dar un fuerte corte en la quijada de la criatura, con tal brutalidad que partió hueso, pero también atascó su arma, lo que lanzó lejos al rey de un cabezazo cuando la criatura sacudió la cabeza. 

Armado ahora solo con la lanza, el rey apoyó esta en el suelo y se puso en pie, por vez primera empezó a sentir el poder de todos los caídos en batalla, lo que le dio la potencia de tres mil hombres y el valor de tres mil uno. 

La criatura preparó otra envestida, sin embargo Ricardo fue más rápido, esquivó al moustro poniendose debajo de él y empalandolo con su lanza, puso el rey sus pies en el suelo y con el planeta como base, levantó el descomunal peso de la criatura y de un rápido movimiento a la derecha, rajó sus tripas y manchó el desierto de sangre. Sin más que demostrar salió de entre los órganos de la criatura. 

Acabada la hazaña, declaró el rey que no se escribieran cantares de este hecho, que en su pecho no se había más que hecho, lo más sagrado de la ley. 

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