Hoy solo soy un mal de ayer.

Era un animal tan feo como las leyendas decían, medía 5 metros de largo y pesaba tanto que sus huellas se marcaban en piedra sólida. 

Su cabeza de tiburón mordía con 7 veces más potencia que el más grande de los tiburones blancos y sus cuatro patas alcanzaban velocidades de 98 kilómetros por hora. 

Su rasgo más temible no era su dorso y vela de espinosaurio, si no la pistola dorada que cargaba con sus diminutos brazos. 

Su nombre científico era Equinoshakrio, pero entre los nativos locales lo llamaban Nabucuintal.

Eran muchas las teorías de su origen, pero nunca se especificó uno.

Si bien es cierto era un ser aterrador, pocos fueron los afectados por sus ataques, solo algún que otro curioso que se perdía por los bosques, si está criatura era despreciada era por comerse a los ciervos locales, causando un desequilibrio en todo el ecosistema.

El 14 de enero de 1945 se formó una partida de caza de 48 hombres para atraparlo. Tras 14 horas, se los declaró desaparecidos, 24 horas después muertos, sus cadáveres se encontraron entre grandes montones de excremento propios del Nabucuintal. Fue difícil identificarlos, el ácido estomacal del monstruo había disuelto gran parte de los esqueletos. 

Poco a poco los ciervos en el área fueron disminuyendo, hasta encontrarse en una situación crítica. Por el escaso alimento se cree que el Nabucuintal empezó a volverse más territorial, ahora era mucho más común encontrar cadáveres de osos y otros grandes depredadores parcialmente devorados.

El 23 de enero de 1967 una persona apareció en uno de los pueblos cercanos al habitad del Nabucuintal, lo más destacado de ella era su perro, llevaba una corbata de oficina de color rojo y siempre parecía estar feliz.

La persona era en fácil de identificar, llevaba un sombrero mexicano y un poncho que tapaba desde sus hombros a sus pies, dejando apenas visibles sus zapatos. La sombra del sombrero que nunca se quitaba hacia que fuera difícil ver su cara, y para complementar el cliché, siempre llevaba una espiga entre los dientes. Por su voz muchos pensaban que era mujer, se dirigían a su persona en femenino y nunca presentaba molestia, en general hablaba poco pero si sacabas un buen tema y un buen licor, siempre estaría dispuesta a conversar. 

Los únicos temas de los que hablaba eran el cariño hacia los perros, el odio hacia el tabaco y sobre todo, el Nabucuintal.

La pregunta de porqué nadie había cazado al Nabucuintal todavía rondaba constante mente por su cabeza, y normalmente todas sus conversaciones terminaban con un "si yo quisiera ya lo hubiera cazado", cosa que no hacía mucha gracia a los locales, que la veían como una mentirosa y luego hacían correr la voz de como una forastera se creía capaz de matar a la bestia más temida que existía. Esto, por supuesto, le trajo varios problemas, tuvo que jugarse la vida en varios duelos con armas de fuego que siempre terminaban de la misma manera, la forastera atravesando un brazo de su rival tras desenfundar su rifle de cacería. El proceso tras eso era simple, se acercaba al herido, le hacía un torniquete en el brazo con la corbata de su perro y se llevaba su arma como pago, que luego vendería para comprar otra corbata a su perro. Por alguna razón, los vencidos por la forastera no volvían a sentir malestar de ningún tipo y nunca querían una revancha. Este mito de figura misteriosa que dice poder con el Nabucuintal y que además cura el malestar a balazos le hizo ganarse un nombre por la zona, "La cazadora herrante" la llamaban. Ella nunca renegó de ese nombre.

Un día, ella pasaba las horas en un bar, con una bebida a medio pagar, su arma en el suelo junto a su perro, una persona se apareció tras ella. 

- Dicen que puedes cazar al Nabucuintal. - Fue la frase que rompió el hielo.

- Dicen bien. - Contestó ella.

La persona se sentó a su lado en la mesa, era un hombre de no más de treinta años, pelo corto castaño, complementado con un bigote bastante poblado y una piel seca pálida que contrastaba con sus ojos azules.

- ¿Porque debería creerte? - Dijo él mientras aumentaba su tono, prácticamente estaba gritando. - Es más, ¿Porque cualquier persona en este lugar debería hacerlo? Tú solo apareces, tomas un par de copas, pegas unos cuantos tiros y te vas, no se quien te crees que eres, pero solo me pareces otro mago estafador con trucos baratos.

La cazadora usó su meñique derecho para alzar su sombrero de manera que miró directamente al hombre por tres minutos.

- Lamento que perdieras a tú padre en la última cacería.- dijo ella con calma.

Esa información pilló por sorpresa al hombre, él había venido porque conocía la leyenda de la cazadora, quizás podría haberle curado su tristeza de un disparo, pero esto se había sentido como un ataque.

- ¿Cómo sabes eso? - Dijo el hombre, ahora furioso, apretaba los dientes con tanta rabia que podrían partirse.

- También siento que tú tío muriera dos años después en otro intento de cacería, se que ha sido difícil para tí cuidar de tú madre y su hermana viuda.- Dijo ella, volviendo a bajar su gorro de manera que cortara las miradas que compartían.

Ese fue el golpe de gracia para aquel hombre, tomó el baso medio lleno que ella mantenia en la mesa para seguir bebiendo y le arrojó el líquido a la cara. Todo el lugar enmudeció de golpe, todos sabían que eso era un desafío.

- Yo podría haber esquivado eso fácilmente.- Dijo ella.

- Ja.- Se rió el hombre nerviosamente. - De nuevo afirmando cosas que no demues-.

¡Pum!

Antes de que el hombre pudiera terminar la frase un disparo había generado un estruendo que heló la sangre a todos en el lugar. El disparo había salido de debajo de la mesa con un rifle de cacería, y había sido realizado por la cazadora con el pie. Ella se puso de pie y miró a su perro.

- Protégelo.- Le dijo mientras se ajustaba el arma y recargaba munición.

Lo más extraño de la situación no fue el aparente cuerpo inerte del hombre, ni como el perro había situado su corbata encima del cuerpo tapando el agujero de bala, ni siquiera como el perro gruñía ferozmente a cualquiera que se acercara. No, lo más inquietante es que solo se había escuchado un disparo, pero el techo tenía quince agujeros.

Nadie fue testigo del recorrido de la cazadora, cuando estuvo a dos pasos fuera del bar, su figura simplemente se difuminó y se fue. Ella emprendió un viaje a gran velocidad hasta lo más profundo del bosque, sabía perfectamente lo que estaba buscando. Cuando llegó a una profundidad que consideró adecuada se puso a examinar el lugar, la fauna era escasa, uno o dos animalejos cada varios metros, y la flora no se encontraba en mejores condiciones, los arboles no llegaban ni a los siete metros.

La cazadora se subió con agilidad al punto más alto que encontró y observó con calma su entorno. No encontró al Nabucuintal, pero si encontró su rastro, sus huellas agrietaban el terreno casi por accidente, no era un animal discreto, pero siendo justos, tampoco lo necesitaba. Apenas cinco minutos después de encontrar el primer rastro la cazadora ya había dado con la criatura, se encontraba devorando 5 ciervos macho al mismo tiempo, huesos y astas incluidas, seguramente los animales se encontraban en una pelea en busca de declararse el macho alfa que acabó de la peor forma posible.

La cazadora pegó un tiro al aire que llamó la atención del moustro, este se giró de un salto que hizo temblar parte del terreno, con gran agilidad el cargó su pistola de oro y disparó a la cabeza de la cazadora, que no llegó a acertar porque ella inclinó su cuello a la derecha para esquivar la bala. La cazadora agarró su poncho con fuerza y se lo arrancó lanzándolo directamente a la cabeza del Nabucuintal que cegado empezó a revolverse mientras corría, se chocó y derribó varios arboles en el proceso, todo para que ese extraño poncho de un peso que fácilmente alcanzaba las 400 libras se quitara de su cara. Ahora el Nabucuintal no estaba dañado, pero estaba molesto y eso era peor, pero cuando miró en la dirección de su atacante, esta ya no estaba.

Entonces, en el lugar se percibió el estruendo del disparo cuando la bala del rifle de caza atravesó de lado a lado los dos brazos del Nabucuintal, con tal potencia que el brazo derecho calló al suelo, de forma inmediata el suelo se llenó de catorce agujeros y en el pecho de la bestia se formaron otros cinco. Gracias a sus sentidos mejorados el Nabucuintal ubicó rápidamente el origen del disparo y arremetió con una embestida al árbol en el cual se escondía la cazadora, ella saltó antes de que el árbol cayera, pero el Nabucuintal se alzó sobre sus patas traseras y con sus mandíbulas atrapó las dos piernas de la cazadora, hizo toda la presión posible y luego estrelló su cuerpo contra el suelo, giró la cabeza en todas direcciones con fuertes sacudidas lo que hizo que a la cazadora se le soltara el arma. Así con ambas manos libres, la cazadora asestó un puñetazo directo al hocico del animal, es sabido por todos que esa es la zona más sensibles de cualquier tiburón, aunque uno no fue suficiente y requirió de cuatro para poder finalmente librarse de él y ser escupida a una distancia de poco más de dos metros.

La cazadora no tenía armas, la distancia que la separaba de su rifle era digna de considerar, sus piernas estaban dañadas y además su sombrero se había caído cuando el Nabucuintal la había sacudido tan violentamente, para terminar la faena, sus piernas le dolían muchísimo, se seguía pudiendo mover, pero su movilidad estaba drásticamente reducida.

El Nabucuintal miraba detenidamente a su presa, su razonamiento era limitado pero por primera vez en su vida se había activado su instinto de huir. En cierto modo, eso seguía siendo una ventaja para la cazadora, el Nabucuintal seguía siendo un animal, tal vez fuera el depredador alfa y la cúspide de la pirámide alimenticia, pero seguía siendo superado por sus instintos. Prácticamente confundido, avanzó detenidamente hacia la cazadora. Ella respiró y evaluó la situación, ahora más que nunca necesitaba correr, tenía si o si que tomar su rifle y acabar con esto.

Cuando ella echo a correr, la bestia comprendió sus intereses y también corrió en su dirección, pero la cazadora fue más rápida, tomó su arma de una rápida barrida por el suelo y cuando el Nabucuintal la iba a morder ella asestó con sus dos piernas una patada en el hocico de la bestia, lo que elevó la cabeza de la criatura que gritó y se alzó por el daño, mientras ella retrocedía recargaba y finalmente... Disparó. La bala entró por la boca de la bestia, atravesó sus intestinos, sus pulmones y finalmente llegó al corazón, reventando este en mil pedazos, luego, setenta agujeros se formaron en todo el dorso de la criatura, que calló al suelo desangrada. 

Eso es todo lo que se puede decir respecto a la cazadora, ella jamás regresó al pueblo, jamás reclamo la fama que merecía por matar al Nabucuintal, si a día de hoy se sabe que fue ella la que realizó estás hazañas es porque la persona que disparó en aquel bar despertó repentinamente sin el disparo en la cabeza y afirmó haber tenido un sueño donde la cazadora daba caza al Nabucuintal, relatando más de setenta y seis historia sobre como la cazadora había llevado acabó la hazaña. El perro que la acompañaba fue cuidado por el hombre del bar y murió luego de catorce años. Si alguna vez vas al bar aún es posible encontrarse la corbata que llevaba puesta colgada en la puerta principal.

Respecto a que fue de la cazadora, nadie lo sabe, porque hizo lo que hizo también es un gran misterio, tal vez, lo único que quería era un motivo para luchar entregado por la persona adecuada. Lo que siempre será un misterio es como es posible que el cadáver del Nabucuintal tuviera tantas heridas de bala si solo había dos casquillos de bala en la zona.

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