Un infierno entre ascensores.

Un infierno entre ascensores.

Capítulo 1: El primer encuentro.

Desperté inconsciente en un suelo de baldosas blancas. Estaba tumbado boca arriba y las luces fosforescentes enfocando su brillo directamente en mis ojos. Apenas podía reconocer el color del techo gris, era cemento compacto. Las paredes eran completamente verdes con pequeñas rayas blancas que indican el paso del tiempo, similar a la apariencia del jade pulido. Me hallaba en un pasillo, un fuerte resplandor venía de mi derecha y una esquina estaba en su opuesto.

Traté de incorporarme lo mejor que pude y pensar que estaba haciendo ahí, pero me concentré más en el libro que estaba a mi lado. Era de tapa dura con el volumen de una guía telefónica, su altura era lo más destacable, fácilmente sería del tamaño de mi brazo. En la portada granate se encontraba escrito con letras de color ocre: "Enciclopedia de animales del mundo".

Mis ojos se dirigieron hacia la derecha buscando algo de luz más clara. Una puerta doble con cristal me esperaba, aunque no se veía nada del otro lado, solo había una luz blanquecina muy intensa que dañaba mis pupilas y producía un extraño calor en las zonas desprotegidas de mi piel, supuse que por efecto del cristal. Aunque me acerqué a ella en unos diez pasos, estaba cerrada y el manillar ardía como el infierno. No quedó de otra más que dar media vuelta y dirigirme hacia la izquierda para ver que había a la vuelta de la esquina, no sin antes tomar la enciclopedia con las dos manos y echármela a los brazos, pesaba, pero algo en mis entrañas decía que sería útil.

Al torcer la esquina vi un ascensor encuadrado en una pared a unos tres metros, brillaba tanto que parecía de plata y solo tenía la opción de subir. La escena no me produjo incomodidad en absoluto, hasta me atrevo a decir que estaba tranquilo. Me acerqué, pulsé el botón y la puerta se abrió al ritmo de la canción de ascensor más monótona que he escuchado en mi vida. Su interior era un estampado de cuadros granate con bordes ocre. Se percibía más amplio desde dentro que desde fuera. Sin necesidad de que tocara nada, comenzó a subir.

No transcurrieron ni cinco segundos antes de que el ascensor se detuviera. Resultó una sorpresa y pensé que apenas habría subido unos centímetros, pero al abrirse la puerta me encontraba en la planta alta de un centro comercial. Se veían los logotipos de las marcas y las tiendas, todas estaban cerradas y medio tapadas por una niebla que observaba desde unos cincuenta metros de altura. Todo esto lo veía desde una plataforma de medio rombo en la cual me encontraba. Un suelo de baldosas blancas y verdes en el borde del cual salían unos pequeños muros de medio metro con barandillas de doble barrotes plateadas. Eso me llamó más la atención que la fila de cuatro hombres que ni me miraban.

Trataré de describirlos con lo poco que me acuerdo. Eran hombres de entre cuarenta y cincuenta años, su altura rondaba el metro setenta, dos llevaban barba y lo más destacado de ellos era su pelo corto, casi rapado, con dos rayas de piel separadas a cuchillo. Su sangre había manchado de rojo sus laterales y el montón de pelo central era azul, pintado con tinte similar al color que dejaba el lapislázuli en las pinturas de la edad media.

-¿Quién es el último? - pregunté por cortesía, sin saber a que estábamos esperando. No obtuve respuesta, ninguno de ellos hablaba mi idioma.

No lo había notado al entrar, pero en la esquina del rombo se encontraba una mesa de escritorio y una silla, era de las típicas sillas azules de oficina que giran que se pueden subir con una palanca. Puedo jurar que estaba vacía hasta que dejó de estarlo. Un ente luminoso se materializó de la nada en milésimas de segundo, quizás en menos tiempo, fue literalmente instantáneo.

La entidad en cuestión era un humanoide muy brillante, su color era similar al brillo del sol durante un atardecer. Él carecía completamente de rostro, orejas o pelo, ni siquiera tenía ropa. Esta apariencia no duró mucho, el brillo se fue apagando y su cara fue tomando forma, se distinguieron los ojos y el resto de la cara. Se formó una cabellera corta y rubia terminada en rizos,  complementada con una boina naranja. En su espalda se formaron dos alas doradas que atravesaban su ropa. Parecía un ángel salido de un cuadro renacentista, sobre todo por su bicromía naranja y blanca en toda la prenda con algún que otro matiz más oscuro que asimilaba el marrón.

-Bien - dijo con un tono serio - solo permitiré una respuesta por persona.

Todos parecían entender esas palabras. Yo estaba seguro de que él no estaba hablando español, pero aún así pude entenderlo, no solo eso, también empecé a entender al resto de personas pese a que hablaban un idioma extranjero que ahora con más calma en mis pensamientos puedo identificar como polaco.

Uno de los hombres más adelantados se acercó a la figura angelical.

-¿De qué color es el caballo blanco de Santiago? - preguntó el rubio tranquilamente.

Todos nos quedamos atónitos. Los hombres restantes y yo nos miramos en confusión con extraños giros de cabeza.

-Pues blanco, ¿No? - contestó el hombre aún más confuso que nosotros.

No puedo explicar con palabras lo que pasó a continuación, simplemente el pecho del hombre estaba bien y luego no. Un agujero del tamaño de siete puños se hizo entre sus tripas, después no estaba. Fue tan instantáneo como lo dictan mis palabras, primero estaba luego no, sin más. Lo único que cambió fue la posición del rubio. Su brazo estaba en línea recta apretando el gatillo de un mosquete que había aparecido tan repentinamente como el agujero en el cuerpo del hombre.

-¿Pero qué has hecho? - gritó uno de los hombres que lo acompañaba. Ahora sí podía entenderlo, no estaba hablando mi idioma, pero entendía sus palabras.

-¿Qué creés que he hecho? - dijo el rubio.

-Lo has matado. 

Segundo disparo, este simplemente se borró. Ni siquiera vi como se apretaba el gatillo.

Compartí miradas con los hombres restantes. Ellos miraron mi libro, luego se miraron mutuamente y él que tenía a mi izquierda se abalanzó sobre mí. Naturalmente yo no sé pelear y recibí el golpe lo mejor posible tratando de mantener el equilibrio, pero el libro cayó. Mientras el hombre que me había empujado bloqueaba mi camino su compañero miró el libro desesperado, buscando información sobre el caballo blanco de Santiago en aquella enciclopedia. Alzó la cabeza cuando se dio por satisfecho y se puso enfrente de la mesa del rubio.

-¿De qué color es el caballo blanco de Santiago? - preguntó el rubio de nuevo, calmado y sereno como si lo preguntara por primera vez.

-En realidad el color no es real, el caballo blanco de Santiago solo es blanco porque así rebota la luz en su piel, si lo metieras en una cueva oscura sin luz simplemente no verías su color - el hombre lo dijo de carrerilla, pero no había necesitado tomar aire para hacerlo.

Tercer disparo, su cráneo voló en pedazos. Esta vez sus sesos saltaron varios metros lejos de su cuerpo, no había sangre, solo desapareció.

El hombre que me bloqueaba se giró sorprendido, vi la expresión de miedo en su cara. Yo miré por encima del hombro y vi que el libro que traje ya no estaba en el suelo, el hombre debió notarlo también. Perdió la esperanza de golpe porque salió corriendo para saltar sobre los laterales del escenario y caer desde lo alto. Fue interceptado en el aire por el disparo y este desapareció en un grito ahogado.

-Supongo que ya solo quedas tú, ¿Verdad? - dijo el rubio con una ceja arqueada.

Mi mente se quedó fría, en blanco, procesando lentamente la información. Sin verlo, el rubio puso los codos sobre la mesa, calmado, esperando mi respuesta. Sus palabras resonaron en el vacío de mi mente, "solo permitiré una respuesta por persona", pero ¿Solo quedaba yo? Él estaba conmigo, pero solo quedaba yo por preguntar.

-Si - dije mientras negaba con la cabeza.

El alzó ambas cejas, trataba de distinguir si era muy tonto o muy ingenioso.

-Vale - suspiró mientras tomaba el mosquete.

La puerta del ascensor se abrió tras de mí, no me había perdonado la vida, me había dado ventaja. Eché a correr notando el subidón de adrenalina, estaba de espaldas a él. Llegando a las puertas del ascensor sentí el disparo impactar en mi omoplato izquierdo, tal como si fuera un empujón fui impulsado girando por el aire y atravesando la pared del ascensor que tenía de frente, ya temiendo la caída solo cerré los ojos. 

Cuando conseguí vencer el miedo y ver mi alrededor me fijé que había atravesado la pared lateral izquierda del pasillo en el que estaba al principio de todo esto. Miré a través del agujero en la pared y vi al rubio con el mosquete en un fondo blanco acercándose caminando hacia mí.

Me incorporé lo mejor posible sobre mí pierna derecha. En la caída me había torcido el tobillo izquierdo también. Noté que mi brazo izquierdo estaba inmovilizado, no sentía ni movía nada de mí hombro para abajo.

Me arrastré lo mejor que pude dejando caer la mitad de mi peso contra la pared, estaba a unos diez pasos de la puerta, que con mi estado se convertían en veinte. Aferrándome a mis últimas fuerzas avancé mientras sentía el cañón del rubio en mi nuca, no me giré. "Solo un paso más, solo uno más", pensaba hasta llegar a la puerta. Lo conseguí, pero seguía tan atascada como antes. El tacto del arma del rubio se apoyó en mi hombro. Era el final, tuve miedo, un miedo superior al que había tenido en cualquier otro momento de mi vida, me sentía como una presa acorralada. Sonó el disparo. Toda la luz entró de golpe en la habitación. Me quedé ciego, escuché ruido, mucho ruido, alarmas de bomberos y ambulancias.

-Aquí, venir rápido, hay un civil que todavía respira - gritó la voz de un paramédico.

-Es imposible, eso fueron como cuarenta toneladas métricas de TNT, no podría haber nadie vivo - respondió un bombero.

No pude escuchar más, mis oídos empezaron a pitar con fuerza y yo caí inconsciente contra el suelo de cemento que ardía a causa del atentado terrorista que había ocurrido en el centro comercial.

Capítulo 2: Una carta sin remitente.

Escribo esto a petición de mi psicólogo. El plan era escribir una carta contando mis traumas para después quemarla demostrando que soy mejor que todo esto, pero no puedo, porque sé que lo que escribo no es mentira.

Hace días me desperté en una camilla de hospital, solo, en un cuarto cerrado sin ventanas. Mi única compañía era una luz fosforescente en el techo, tuve un deja bu.

Se abrió una puerta a mi izquierda y me incorporé como acto reflejo. Era una enfermera, no muy alta, pelo plateado (seguramente teñido). Su falta de expresiones faciales mostraban un pulso firme con el que sostenía una bandeja de medicamentos.

-Vaya, ya está usted despierto señor García - fueron sus palabras.

-¿Cuánto tiempo llevo aquí? - pregunté tratando de ser lo más natural posible.

-Dos horas.

Casi por instinto empecé a palpar mi pecho. No me sentía muy adolorido pero si notaba pequeños hematomas, más similares al dolor de caerse de una bici que los de una detonación o un disparo.

-¿Qué me pasó? - pregunté mientras ella preparaba algunas pastillas en agua.

-Sobreviviste a un atentado en el centro comercial de los Hermanos Díaz.

-Tengo recuerdos vagos de eso, ¿Todos mis huesos están bien?

-Aún no lo sabemos, esto es un relajante muscular, luego tendrás que pasarte para hacerte una radiografía - dijo mientras me acercaba un vaso con pastillas disueltas.

-Escuché a los bomberos decir que sobreviví a veinte toneladas o así de dinamita - comenté con desdén mientras veía del vaso. Ella me dirigió una mirada confusa.

-Es normal tener alucinaciones auditivas.

-Pero yo estoy seguro de que lo escuché, fue poco antes de quedarme inconsciente - insistí.

-Señor, no quiero poner en duda su palabra, pero desde la detonación hasta la llegada de los bomberos pasaron un mínimo de quince minutos, además, ¿No se le hace extraño que un bombero diga "fueron veinte toneladas métricas de TNT"? Es una unidad demasiado específica para que la sepa alguien que acaba de llegar, ¿No le parece? - fue una respuesta contundente, no tuve cómo dar réplica.

Tras hacerme un chequeo, lo único fuera de lo habitual que encontraron con la radiografía fueron restos de plomo en mis huesos. Me explicaron que pueden ser restos residuales de la explosión, nada de lo que preocuparme, aún así me sugirieron que regresara la próxima semana para una revisión.

Ahora mismo estoy en mi casa, me he puesto a pensar en todo lo sucedido. Tengo leves recuerdos previos al accidente, recuerdo que fui a un centro comercial cercano para buscar una enciclopedia sobre los animales del mundo, me lo pidió mi hijo. Su madre y yo llevamos tres años separados, el divorcio no fue fácil y ella terminó con la custodia, apenas tengo tiempo para verle. Mañana es su cumpleaños, solo espero que no se enfade por qué este año tampoco le regale nada pero al menos está vez es una excusa creíble, el lugar explotó.

No tengo recuerdos de haber comprado la enciclopedia, solo un brillo repentino, que pronto se convirtió en un resplandor muy tenue de luces fosforescentes de un techo.

Recapitulo hasta aquellos extraños hombres. He buscado su tipo de peinado en internet, las noticias dicen que fue un grupo de ambientalistas radicales afiliados a una secta que se hace llamar "tres líneas". Con esa base pude encontrar parte de su propaganda. Son un grupo de extremistas que no creen en la muerte, supuestamente perder la vida en este plano solo te hace reencarnar en otro punto temporal de un universo paralelo donde no mueres, por eso han realizado varios atentados suicidas. Tienen la esperanza de llegar a otra vida. También tienen cultos esotéricos relacionados con el nirvana y la ascensión fuera del bucle que no me interesó. Sin embargo, que no crean en la muerte me hace recordar las palabras del segundo de ellos, "lo has matado", me parecía una simple queja por la sorpresa, pero ahora veo que fue una pérdida de fe y posiblemente de esperanza.

He pensado también en las respuestas, creo que entiendo la muerte del primer hombre, no dio una respuesta segura, incluso a mí desde pequeño se me dijo que nunca se contesta una pregunta con otra. El tercero tampoco dio una respuesta coherente y el cuarto intentó escapar, ¿Pero el segundo? ¿Acaso lo que le sucedió al primero no fue una muerte? Tal vez su teoría sea correcta, a lo mejor están obligados a reencarnar una y otra vez en ese lugar hasta que digan una respuesta correcta, o peor, no hay respuesta correcta. Están pasando por el mismo proceso una y otra vez.

Creo que la opción que más me asusta es que tengan razón, eso quiere decir que yo morí tras el primer disparo, solo estoy viviendo una realidad dónde sobreviví a todo esto. En verdad lo dudo, no recordaría con tanta claridad los eventos de ser ese el caso, ¿Verdad?

Con tal encrucijada decidí buscar ayuda profesional y contacté con mi psicólogo personal. Se llama Diego, es argentino, su padre era de Buenos Aires y su madre es una esposa de alquiler de Filipinas, no profundizaré más en su árbol genealógico.

Tras una consulta en la cual se aseguró varías veces de que no estuviera drogado, me dijo que todo esto debió ser algún trauma reprimido de mi mente. Me sugirió escribir todo en una carta y luego prenderle fuego, que es lo que estoy haciendo ahora. No obstante, voy a saltarme el último paso, se que aquí está pasando algo, incluso si es solo un mal viaje, quiero dejar registro de esta experiencia.

Capítulo 3: Ritos y mitos.

"Si yo digo "ritual", ¿Que se pasa por tú cabeza? Si tú respuesta es un chivo degollado en un círculo de fuego mientras múltiples sacerdotisas tienen una orgia entre vísceras y heces, bueno, te equivocas. La magia se manifiesta en las situaciones más inusuales.

En un ascensor han de encontrarse dos personas que no conozcan el proceso. En una conversación casual deben salir los siguientes diálogos, "¿Dónde quiere ir?", "Hasta el cielo si es preciso" y una respuesta cualquiera. Tras estás palabras la persona más cercana a la salida del ascensor quedará totalmente quieta. Las puertas del ascensor se abrirán revelando una luz tan intensa que podría quemar la piel. Se ha de pasar a través de esa luz, de lo contrario será completamente calcinado y el hechizo nunca ocurrirá. Solo traspasando la luz se conseguirá lo que más se anhela".

Recientemente decidí buscar trabajo. Soy antropólogo "profesional", pero eso sirve de poco cuando vendés hamburguesas en un local de mala muerte. En un esplendor de ideas decidí ir a buscar trabajo en unos grandes almacenes de mi localidad, en la sección centrada en reliquias internacionales.

Fui una tarde de martes, con un par de vaqueros, deportivas, una chaqueta de cuero marrón y el pelo peinado a cortesía de la cama. No estaba muy presentable, pero no me iba a vestir de gala para hablar con un par de hippies que vendían antigüedades (seguramente falsificaciones baratas al triple de su precio).

La primera planta me recibió con un fuerte olor a plástico y productos de belleza. Múltiples tiendas de ropa se extendían ante mi visita, donde las madres buscan el modelo perfecto mientras sus hijos lloraban cansados de estar de pie.

Llegué a un ascensor de puertas grises e interior de paredes blancas, donde había otras cuatro personas. Tan buena suerte la mía que todas iban a plantas inferiores.

Tras bajar unas cinco plantas, me encontré a solas con la botones. Se me hizo graciosa la ironía de que fuera vestida de chándal, siempre creí que se les llamaba botones por sus uniformes llenos de estos, no por ser quién presionaba los botones del ascensor.

-¿Dónde quiere ir? - preguntó ella.

-Hasta el cielo si es preciso - contesté.

Di la respuesta por inercia, fue lo primero que se me pasó por la cabeza, creo que ella pensó que era un piropo o algo.

-Pues ahí vamos - dijo con una pequeña risita.

En el momento en el cual su dedo hizo contacto con la flecha de subir del ascensor, se congeló, no me refiero a que tuvo un escalofrío o algo, digo que literalmente se detuvo, como una estatua, como si cada tendón de sus músculos se hubiera puesto sólido. Yo tardé en darme cuenta, solo la vi mirando al frente.

Calor, muchísimo calor concentrado empezó a inundar el ascensor. Una luz tan brillante que no permitía ver a través de ella empezó a reflejarse en las paredes. Yo solo podía abanicarme frenéticamente con el cuello de mi camisa.

-Oiga, ¿Quiere presionar el botón ya? Suba al piso siete o donde sea, aquí hace mucho calor - le ordené en el tono más amable que pude. Ella no se movió del sitio.

Estaba sudando más de lo que era aceptable para una entrevista de trabajo y ella en cambio no lo hacía. Con algo de miedo la toqué el hombro, no sentía nada, era como si no tuviera temperatura corporal. Eso fue suficiente, pulse el botón para abrir las puertas del ascensor, a la mierda todo, subiría por las escaleras. Las puertas se abrieron, pero solo revelaron más de esa sofocante luz que en un contacto más directo con mi piel supe reconocer. Era aquella extraña sensación que encontré en la puerta de vidrio de aquel centro comercial.

-No de nuevo - dije casi con lágrimas en los ojos.

Cuando mis ojos se adaptaron al brillo encontré que estaba en medio de una habitación que oscilaba entre los colores grises y negros, como un ascensor cerrado pero muy grande, fácilmente habría cincuenta metros de punta a punta. Enfrente mío había una mesa de escritorio y una silla vacía. Ni rastro de esa luz que hace un momento ni siquiera me permitía ver. Suspiré, ya sabía lo que venía ahora.

La figura empezó a formarse en la silla. Luminosa, imponente y muy muy bonita, este brillo transmitió una extraña calma que nunca antes había sentido.

-Bien, ¿Qué quieres? - exclamó el poco coraje que me quedaba cuando se terminó de formar la figura humanoide.

-Eres tú quién me ha invocado, tú sabrás.

Finalmente tomó forma, era similar a la vez anterior. Pelo rubio, corto, rizado en las puntas, piel clara, ojos azules y esa estúpida boina. La única diferencia es que ya no tenía alas y ahora iba vestido de etiqueta.

- Es sencillo, has hecho el ritual, dos personas que no saben el truco, un ascensor, la petición de ir al cielo, todo en el orden correcto. Felicidades, ahora tienes derecho a pedir un deseo - me lo comentó con tanta tranquilidad que casi parecía que nos conociéramos de toda la vida.

-Tiene que ser una puta broma. Hace un tiempo por poco me matas, la gente creé que estoy loco por tú culpa, ¿Y ahora me quieres conceder un deseo? - respondí, ni siquiera estaba controlando el tono de mi voz pero extrañamente no soné alterado.

-Me es difícil calcular el tiempo en estándares humanos, pero si quieres una explicación no la consideraré parte de tú deseo, siempre y cuando no digas "desearía saber qué está pasando aquí" o algo parecido - dijo él.

-¿Qué está pasando? - Dije tras un silencio incómodo.

-Estás fuera de tus cuatro ejes de coordenadas habituales. Esa mujer de allí - dijo señalando la puerta, como si pudiera ver a través de ella "lo hacía" - está congelada fuera del tiempo, tú también lo estarías si no hubieras dicho la frase.

-¿Y quién eres tú?

-¿Deseás saberlo? - Contestó él con una sonrisa pícara.

Le miré fijamente, no caería en un truco tan básico.

-Jaja, solo te estoy tomando el pelo. Yo soy todo lo que hay aquí, lo que ves es solo tú percepción de mí, no soy nada de esto, solo un ser carente de forma que tú mente racional no entiende. Te ves obligado a imaginarme así. Si tuviera que elegir me gustaría que me consideraras un ángel, como Uriel, tan brillante como el Sol - terminó de hablar. Unas alas de oro surgieron a su espalda.

Solo así me di cuenta de que lo estaba viendo moverse. La primera vez iba por cambios instantáneos, pero ahora tenía un movimiento fluido.

- Está bien, Uriel, ¿Entonces ahora puedo pedir un deseo? ¿Hasta lo imposible? - cuestioné lo más serio que pude.

- Supongo, no me vayas a pedir que apague el sol, no cumpliré nada que involucre a terceros - veía en sus ojos cierta hipocresía, no le importó volar un comercio en pedazos pero ahora no quería lastimar a terceros.

- Bueno pues quiero... Quiero tener una buena puntería - dije tragando saliva.

- Has tardado poco en tomar confianza, normalmente la gente suele desear salir de aquí - dijo Uriel mientras expresaba una sonrisa de oreja a oreja, literalmente.

"Rubio cabrón", fueron las primeras palabras que pasaron por mi cabeza. Ya me veía venir el siguiente paso, "felicidades, ahora tienes buena puntería pero no te sirve porque de aquí solo se puede salir con un deseo, toma mi rifle y vuélate los sesos ".

-Estoy bromeando - dijo con la sonrisa aún en el rostro -. Para salir solo tienes que pulsar el botón de bajar y volverás a tú flujo temporal, que es lo que harás ahora. Ha sido un placer.

Al terminar estás palabras alzó la mano y la puerta del ascensor se abrió. Yo volví sin hacer preguntas, solo pulsé la tecla indicada. Tal como dijo todo volvió a la normalidad, solo tuve que explicarle a la botones porque me había pegado a ella para tocar el panel... No fue fácil.

Capítulo 4: Hay que ver que puntería.

Primero que nada, funcionó completamente, mi puntería ha mejorado de manera excepcional, no hablo solo de lanzar algo con las manos, allá donde pongo el ojo acierto.

Con este cambio tan notable en mi talento lo primero que hice fue tener una sesión de terapia con Diego, le conté todo lo que había pasado y hasta le mostré la carta que había escrito, no me creyó, no le culpo pero se lo demostraría. Le pedí que se pusiera de perfil y aseguré que sería capaz de quitarle una pestaña usando una aguja que llevaba conmigo. Se negó al principio (muy sensato por su parte), pero le acabé convenciendo pagando un poco más por esa sesión de terapia. Mi disparo fue certero, le arranque una pestaña dejándola a mitad de camino de la aguja y esta última encajada en una grieta milimétrica de la pared. Ni siquiera él se atrevió a atribuir mi puntería a la suerte.

Nuestra conversación cambió abruptamente. Tal vez no he sido del todo sincero, la madre de Diego no es solo una mujer comprada desde Filipinas, también es una importante cabecilla de un grupo de contrabando, y yo como excelente tirador, un potencial cazador furtivo. Un rifle Winchester resume el resto del asunto.

Como antropólogo profesional tenía la opción de retomar mis estudios de campo, ir por distintos lugares a lo largo del mundo, conocer especies de un valor relativamente alto, esperar hasta la noche y pasar a la acción. Cada bala gastada es una presa segura, sin porcentaje de fallo. Luego era cuestión de saber dónde esconderlo para poder llevárselo a Diego, repartirnos las ganancias, etcétera.

Ayer me llamaron de la asociación internacional de antropólogos para la que trabajo. Dos hombres me citaron en su bonito despacho de oficina con olor a imprenta y perfume barato en spray. Ellos resultaron ser el primero y el segundo al mando de la empresa, se sorprendieron de la gran cantidad de esmero que estaba poniendo en mi profesión pero también les pareció extraño cómo podía costear tantos viajes pues mi única fuente de ingresos eran los artículos que publicaba en una página de pago. Respondí que mi vocación sobra, que ganaba suficiente dinero para pagar mi casa y que pese a mis pocas ganancias tampoco vivía mal.

Ellos amablemente me ofrecieron que les acompañara al ascensor para negociar un ascenso. Todos mis instintos de alarma saltaron al unísono, pero tampoco tenía motivos para resistirme.

El ascensor se hizo más estrecho que de costumbre. Pude notar como la superficie gris y fría emanaba un aire de malas intenciones, con los dos hombres delante de mí, ese ascensor se había convertido en una prisión y mi agobio era mi peor carcelero.

-¿Enserio creé que su mentira es convincente? - dijo el hombre a mi izquierda. 

-Hemos tenido diferentes reportes de nativos quejándose de su comportamiento, parece demasiado sobreprotector con sus cosas, con estás mentiras tan constantes ¿Dónde quiere ir? - Dijo en un tono aún más serio si cabe el hombre de mi derecha.

-Hasta el cielo si es preciso - contesté.

Ahora me gustaría decir que fue una respuesta inconsciente, pero no lo era, yo realmente necesitaba un milagro para salir de ahí.

-No llegará con esos actos - fue lo último que pudo decir antes de que el tiempo se plegara sobre sí mismo y nos sacara de ese plano.

Salí abriéndome paso a través de ellos dos e hiperventilando fuera del ascensor. Por primera vez, la luz no emitía un calor sofocante, solo era yo.

-Tú, tú has hecho esto - le grité a aquel vacío sin forma esperando una respuesta. Sabía que no sería capaz de personificar a Uriel hasta que no hablara.

-Tengo que reconocerte el mérito, eres el primero que nota el vacío legal de los requisitos - dijo una voz, a la par que aquella dimensión cobraba textura, está vez fue una gran estepa estrellada.

La figura de Uriel estaba en el centro, con sus alas extendidas, los brazos cruzados a la espalda por la cintura y un uniforme de policía con chaleco reflectante que contrastaba directamente con sus ojos verdes y el pelo rubio, rizado y corto que parecía ondear al viento. En su cara no había ninguna sonrisa como en el pasado, solo estaba muy molesto. Traté de tomarme esto con calma, todo lo que se manifestaba en esta dimensión era real porque así lo percibía, así que tomé aliento y traté de empezar de nuevo.

-Fuiste muy claro, el ritual funciona si dos personas en un ascensor no conocen el truco, nunca dijiste que se necesitara obligatoriamente dos personas -. Se formó una sonrisa pícara en sus labios.

-Esto no ha sido una coincidencia, tú querías que yo estuviera aquí - grité. Quería sonar amenazador pero seguía sonando desesperado.

-Lo que yo quiera es irrelevante - contestó mientras me dirigía una mirada fulminante.

No, nada de lo que había ocurrido lo había planeado. Todo ha sido solo una coincidencia, todavía trato de convencerme de eso.

-Solo se permite un deseo por persona- expresó Uriel tajantemente.

Él ya estaba delante de mí, yo seguí mirando a sus pies, aún de rodillas, débil y jadeante. Tomé aire, deje que mis pulmones se llenaran de esa nada en la que estaba, apoyé mi peso en una de mis rodillas y me puse de pie lo mejor que pude manteniendo una mirada fija con él.

-Ya lo suponía, en realidad no quiero otro deseo sino presentar una queja ya que mi anterior deseo no fue cumplido correctamente. Yo recuerdo perfectamente haber pedido una buena puntería sin embargo todavía me trabo al hablar y a veces me quedo con la mente en blanco. Se me ha otorgado una indiscutible precisión en los lanzamientos no obstante carezco de una buena precisión en el habla, luego no se me ha concedido correctamente una buena puntería - terminé de decir.

Una gota de sudor frío pasó resbalosa por mi frente mientras Uriel me miraba con ambas cejas levantadas y arqueadas casi más sorprendido que yo de mi gran elocuencia.

-Ams, el maravilloso poder de la ambigüedad. Aprendiste bien la lección desde el primer día. Está bien, largo de aquí.

Luego levantó la mano y las puertas del ascensor se abrieron, cosa rara, porque yo no recordaba haberlas cerrado.

Sea como fuere, lo cierto es que me encantaría pasar la conversación que tuve con los dos hombres aquí por escrito, pero a decir verdad fue muy larga y fui tan preciso que hasta yo me sorprendí, sería incluso arrogante por mi parte ponerlo aquí. Solo diré que salí bien parado, incluso conseguí un ascenso junto a un viaje de expedición con todos los gastos pagados a Nueva Zelanda. Ni siquiera me alarmó la patrulla policial a las puertas del edificio.

Capítulo 5: El sustento sin verdad.

Mi viaje a Nueva Zelanda no tiene ningún registro especial. He de decir que estoy muy sorprendido de los Maorí y sus casas, me esperaba cuatro ramas con un techo y terminaron siendo como las de cualquier vecindario de clase media estadounidense. En cuanto al resto de actividades fue un poco conocer a los nativos, entender sus costumbres, aprender algún que otro nombre y luego salir de caza sobre las tres de la noche para anotar un par de premios.

Sería hace ya unos tres días cuando llegué a un lago de nombre impronunciable. Busqué algo de fauna que pudiera tener buen valor monetario, no encontré nada, eso no era normal. Estaba en el primo perdido de Australia, en este lugar las arañas más pequeñas son del tamaño de mi pierna. Mi expedición no fue muy larga, unos cinco o seis minutos caminando hasta darme por vencido. Dispuesto a regresar con las manos vacías vi en la línea del horizonte de aquél lago la figura de un cisne negro, su plumaje reflejaba la luz de la luna y su figura destacaba entre las difusas líneas del agua y el cielo. Sentía como me juzgaba con la mirada aunque en su silueta no viera sus ojos. Ni siquiera pensé en dispararle, sabía que le daría, pero no podría ir a por él, además los cisnes negros no valen nada. "En cierto modo estaba seguro de que no podría atinar ni un disparo".

Esta situación se repitió el resto de días pero fue ayer por la tarde cuando pasó algo que rompería mi esquema de las cosas. Cuando me encontraba en un edificio de unas tres plantas, creado en una zona mucho más urbana de mi área de estudio, subí en un ascensor para entregar un par de notas y quejas a los informantes locales.

Tal vez no debería volver a subirme a un ascensor en mi puta vida, pero dependo demasiado de ellos para todo, la fobia no es algo que me pueda permitir.

En ese ascensor se subió alguien más conmigo, una adolescente, unos 16 años. Llevaba un vestido, más bien un camisón, completamente gris, estaba descalza y su pelo llegaba hasta su cintura. De espaldas a mí lo único que destacaba era su bolso negro rectangular de un asa que llevaba en el brazo izquierdo. Si presté especial atención en este era por el detalle de que de él colgaban tres plumas de cisne negro que brillaban tanto como la oxidiana. No me acuerdo de en qué planta se bajó ella, pero si me acuerdo de pisar con fuerza una de las plumas cuando se despegó del bolso y fingir que me ataba los zapatos, se fue y luego se hizo la luz.

-Me cago en todo, ¿Ahora que he hecho? - fueron mis palabras exactas cuando aparecí en la dimensión de Uriel.

Este último no estaba hasta que sí estuvo, su numerito de siempre. Cuando le dirigí la mirada solo me devolvió una cara de póker, esta vez Uriel solo era la cabeza rubia y un cuerpo humanoide hecho de luz.

-Para ser sincero, estoy tan sorprendido como tú - dijo.

- Pues yo no he hecho nada, ni siquiera he hablado.

Hubo un silencio incómodo entre nosotros hasta que ya estaba a mi derecha con la pluma en su mano.

-¿Qué es esto? - preguntó con una voz monótona.

Di un gritito y retrocedí un par de pasos.

-¿Enserio no lo sabes?

Cuando lo percibí ya tenía el cañón de su mosquete apuntando a mi cabeza.

-Nunca contestes una pregunta con otra - comentó con pausas entre las palabras para matizar su punto.

-Wow, está bien - exclamé levantando las manos - es una pluma de cisne.

La giró entre sus dedos mientras yo bajaba las manos lentamente. Respecto a la pluma, parecía emitir un brillo morado propio que contrastaba con la luz blanquecina que emitía todo el lugar.

-No de un cisne cualquiera me temo, pertenece al Cisne negro de Popper.

Hubo otro silencio. Su arma ya había desaparecido.

-¿Y tenemos que devolverlo o algo por el estilo?

Uriel me lanzó una mirada fulminante, no estaba de humor.

-El Cisne Negro de Popper es una anomalía que niega verdades universales.

-En cristiano por favor.

Vi a Uriel poner los ojos en blanco y buscando las palabras para que lo entendiera.

- Karl Popper fue un filósofo del siglo XIX. Él estableció que nunca conoceremos una verdad universal, todo aquello que creemos cierto puede ser negado de un momento a otro con las pruebas adecuadas; un ejemplo sencillo, no podemos decir "todos los cisnes son blancos" pues se ha encontrado evidencias de un cisne negro. Extrapola esto a la realidad misma, decimos que la gravedad funciona solo porque no hemos encontrado algo que nos diga que no funciona.

-Entiendo - mentí y él lo sabía. Más bien yo lo sabía por eso lo percibí llevarse la mano a la cara.

-Mira, tú no puedes estar aquí sin un ritual, eso es una ley universal, ahora por efecto de esta pluma esa ley se niega, por eso estás aquí, ¿Entiendes? - levantó una ceja para asegurarse de que le seguía.

-Pues si es solo eso me puedo ir ya.

-No, vas a tener que dispararla.

-¿Perdona?

-No te obligaré a que lo hagas, pero podrías perder todo de un momento a otro si ella está cerca - al decir esto yo ya tenía su mosquete en mis manos.

-¡Oye!, ¿No pretenderás que me enfrente a una cosa así yo solo?

-No estás obligado.

-¿Y porque me das tú arma?

-No estás obligado.

-Deja de decir eso, ve tú si quieres acabar con ella.

-Eso sería una mala idea - Uriel estaba detrás de mí - habrás notado que no puedes seguir mis movimientos, ¿No se te hace curioso?

-Dijiste que eras todo en esta dimensión, lo que veo y percibo.

-Casi, sabrás que todo objeto en movimiento tiene una velocidad en un espacio, incluso cuando está quieto se mueve en el tiempo. Ahora mismo nos encontramos fuera del tiempo, velocidad cero, pero yo soy más rápido, velocidad menos uno. Solo ves mis movimientos cuando desacelero a tú plano y percepción.

-¿Y eso qué relevancia tiene con todo esto?

-Energía cinética. Yo no me paro al fluir fuera del tiempo, si creara un avatar para estar en tú mundo tampoco porque controlo mi poder de forma constante, pero si el Cisne Negro de Popper anula esa constante, se liberaría una potencia infinita en un punto finito del espacio tiempo.

-Todo el universo se borraría.

-Exactamente, ni siquiera se daría en un momento exacto. Todo lo que es, fue y será se destruirá.

-Joder - fue la única palabra que se me ocurrió mientras miraba el arma.

- No estás obligado.

Es lo último que escuché antes de que el tiempo se reanudara en el ascensor.

Capítulo 6: Temporada de cisnes.

Estoy acostumbrado a matar animales pero matar a un ser humano es distinto, aquella chica parecía tener unos 16 años a lo mucho, tampoco tenía pruebas de que ella fuera una amenaza para el universo. Las palabras de Uriel habían sido claras, más o menos, insistió mucho en que no estaba obligado ha hacerlo pero claramente era psicología inversa. Ese día salí a cazar por la mañana, intenté escabullirme entre los nativos para no llamar la atención, volvería de nuevo a ese lago impronunciable.

Aunque jamas esperé encontrarlo, allí estaba, la figura del Cisne Negro de Poper, sus plumas soltando pequeños destellos en la superficie del lago. Apunté, al momento de presionar el gatillo la distancia entre el proyectil y ella fue inexistente. Salió empujada por una fuerza invisible fuera del agua.

El arma produjo un sonido indescriptible que aumentaba sus decibeles cuanto más distancia recorría, todos en un radio kilométrico escucharon el disparo.

El cuerpo del cisne había caído en la otra orilla y para cuándo me acerque ya llegaban a mi posición varios nativos alarmados por el ruido, sería difícil hacerles creer que el sonido había sido causado por algo que no fuera mi arma pero sería más difícil explicarles porque estaba arrodillado al lado de un cisne muerto.

Fui rodeado en segundos, seguido de preguntas en un idioma que apenas hablaba. Me inventé una excusa rápida, no había matado a ese animal por gusto, si no que estaba enfermo por un virus nuevo, pasé la mano por su plumaje esperando que algo cambiara como explicó Uriel. Mí mano fue detenida, miré el pecho del animal, se abrió y con una velocidad indescriptible aquella niña del otro día arremetió contra mí.

Tras eso todo se volvió muy confuso. Mi cabeza chocó contra granito sólido, estaba en el cuarto escalón de lo que parecía una escalera kilométrica que se expandía lateralmente de forma inabarcable. Aunque los escalones más bajos me duplicaban en tamaño, conforme ascendían se hacían más pequeños. En la cima se hallaba una luz blanquecina, tenue que apenas iluminaba todo el lugar.

El Cisne negro estaba de pie delante de mi, se acercó con paso vacilante segura de su victoria, yo en cambio apreté los puños y justo cuando la tuve cerca apreté el gatillo.

Su cuerpo salió volando a unos ochenta pasos de mi, su cara de incredulidad al ver como me levantaba confirmó mis sospechas.

-Tú no deberías poder moverte aquí - dijo con furia en sus palabras.

-¿Estás dispuesta a apostar por esa ley? - dije mientras abría la palma de mi mano y dejaba caer una de las plumas que arranqué de ella cuando me embistió.

Ahora sabía que estaba fuera del tiempo, aunque ya me había pasado antes en la dimensión de Uriel, la sensación era distinta aquí. Mientras que Uriel apresa todo mi ser y se limita a manifestar lo que creo percibir, aquí estaba alejado de cualquier limitante. Cuando tu mente se expande hasta el infinito dejas de pensar en particular, toda tu conciencia se agrupa en un amasijo de pensamientos y tienes la capacidad de razonar todo y nada al mismo tiempo. En tiempo cero el infinito se convierte solo en una medida equiparable a la nada pues no tardas nada en recorrer lo que quieras. Tu cuerpo no es tu cuerpo, es solo un avatar que alberga tu conciencia en un determinado punto de un espacio que trasciendes. No se albergan palabras en el diccionario que sirvan para definir esta situación, pero trataré de adecuarlo a algo comprensible.

Mirándonos fijamente, volví a cargar mi arma y disparé. Ella se cubrió con sus alas evitando el impacto, noté como muchas de las plumas se fragmentaron y desaparecían allí donde el arma impactaba. Se impulsó de un aleteo e incrustó su codo en mi estómago, haciéndome retroceder hasta estrellarme con el escalón de granito. Yo empuñé el mosquete con la diestra, de un rápido movimiento le di con la culata en la cabeza, así que volví a repetir el movimiento con el arma de bajada, lo giré entre mis dedos y cuando apreté el gatillo. Ella lo esquivó dando una voltereta hacia atrás para empujarme con sus dos pies en el estómago, salí disparado subiendo tres escalones.

Casi en la cima pude sentir una extraña luz cálida que supe reconocer, era como aquella luz que emanaba Uriel pero más limitada, ¿Quizás sería la fuente del poder del Cisne?

-Eso que contemplas maravillado es la verdad, el conocimiento que más deseas, algo a lo que jamás tendrás acceso - fueron sus palabras.

Volví a recargar, disparé dos veces pero ella los evadió girando en el aire mientras se dirigía volando hacia mí. ¿Cómo era posible? Yo no podía fallar, mi puntería era perfecta, ¿Porque mis golpes si aciertan y mis disparos no? Fue ahí cuando se me ocurrió una idea, mientras ella se dirigía a mi, yo tomé el mosquete por el cañón y a modo de un bate de baseball esperé a que ella viniera. Cisne Negro contempló mis intenciones, con un aleteo aumentó su potencia y la mitad del aquel lugar estalló, fue un quiebre absoluto del infinito al que reaccioné estrellando la culata del arma en su cabeza arrasando el resto de esa dimensión. Luego solo hubo un vacío.

Me desplacé de alguna manera que no puedo explicar hacia aquella luz que había sentido antes, dejé que se uniera a mí para que al final, volviera a estar tumbado en el escalón más bajo "de la escalera finita de Popper", como al inicio de todo esto.

-¿Tú realmente pensaste que sería tan fácil? - chilló el Cisne negro entre carcajadas-. Nadie alcanza la verdad, dar con una solución siempre genera más preguntas que respuestas, imbécil.

Con la rabia acumulada en unos puños que ni siquiera sentía reales me abalancé sobre ella, mis rodillas aprisionaron sus brazos mientras yo soltaba puñetazo tras puñetazo buscando borrar esa sonrisa de su rostro. Ella no dejó de reír en ningún momento. Cuando iba a dar el golpe de gracia algo detuvo mí hombro y me giró. La luz de Uriel cubrió todo el lugar, la escalera, el Cisne, su luz, todo fue borrado y solo quedamos Uriel y yo mirándonos fijamente.

-¿Qué creés que estás haciendo? - comentó con rabia en sus palabras.

-Yo iba a matarla como me pediste.

-Enserio, ¿Crees que matarla a ella no te hubiera matado a ti?

Reflexioné sobré esas palabras antes de dar una respuesta.

-Aún así, no entiendo porque te enfadas, solo he hecho lo que me ordenaste.

-No te he ordenado nada, tenías todo el derecho a no querer hacerlo, no debiste hacerlo. Pero tú no aprendes, eres un sádico que solo busca su beneficio y no le importa nada más en su vida.

-¿De qué estás hablando? Fuiste tú el que empezó todo esto en primer lugar, ¿Tienes el poder de controlar la realidad misma y ni siquiera me pudiste dejar la enciclopedia que compré?

-¿Tú realmente crees que compraste esa enciclopedia? ¿Siquiera recuerdas bien ese día?

Mi mente empezó a maquinar, traté de buscar en mis recuerdos y él muy bastardo tenía razón. Cuando vi el precio de la enciclopedia en relación a su tamaño me pareció un robo, por lo que intenté llevármela sin pagar, pero al salir corriendo de la tienda fui alcanzado por aquella explosión.

-Tú acabas de responder a una pregunta con otras dos, eso no se hace - fue lo único que se me ocurrió responder, ahora solo puedo arrepentirme.

Uriel me asestó un golpe con el revés de su mano y mi mandíbula se salió de mi "cuerpo". el dolor fue inmenso, solo pude retorcerme y agonizar, en aquel vacío absoluto no había suelo, ni arriba o abajo, solo nuestros dos avatares. Lo que sentí fue lo equivalente a desmayarse en una noria, todo te da vueltas en todas direcciones.

-Escúchame, yo te di una segunda oportunidad, puse plomo en tus huesos como castigo por haber obrado mal, ¡Eso es tóxico! Debiste haber apreciado más la vida, o mínimo sorprenderte de que tú estado no empeora. Pero no, simplemente te dio igual, ni siquiera te das cuenta de los problemas cuando los tienes enfrente. Ni siquiera te pareció raro o preocupante no saber qué decir a la gente de Nueva Zelanda pese a que tú siempre sabes que decir.

Yo continúe revolcándome en mi agonía, más pendiente del dolor que de sus palabras pero encontré las fuerzas para hablar.

-¿Y qué te hace mejor a mí? - Mis palabras salieron pese a mi falta de mandíbula - tú fuiste el que me dio esos poderes en primer lugar.

-No te di poderes, te di oportunidades, se me ocurren cientos de cosas que podrías hacer con tú buena puntería, tiro con arco, baloncesto, baseball, maldita sea, campeón mundial de petanca. Todo esto se lo podrías haber enseñado a tú hijo, saber que decirle y como tratarle, pero no, la caza furtiva paga mejor, ¿Verdad?

Fuese una pregunta retórica o no, no contesté, la respuesta era evidente.

-Volverás a tú mundo, olvidarás todo esto, mal vivirás y el karma tomará su parte correspondiente, no hay más que hablar.

La luz cesó, yo salí a rastas del lago en el que había intentado matar al Cisne Negro de Popper. Ahora escribo esto sabiendo que mi recuerdo será consumido por las llamas.

Capítulo 7: No hay valor en esto.

Son las tres de la tarde, pero la verdad no creo tener mucho tiempo por lo que me expresaré lo mejor que pueda. 

Empezaré con lo básico, mi nombre, dirección y edad no son relevantes. Me limitaré a decir que he vivido y estudiado lo suficiente para desarrollar una carrera de antropología. He estudiado en varios lugares a lo largo del mundo, todos relacionados a tribus indígenas, y no fue hasta que fui a las reservas que se encuentran entre Canadá y USA que todo esto empezó. 

supongo que no estarán acostumbrados al término ``potlatch´´, se puede traducir como regalo y se da en algunas zonas indígenas de grupos tribales generalmente pescadores, entre Canadá y Estados Unidos. Ahí se regalan figuras o decoraciones (como los totem). El potlatch es celebrado como una gran invitación de uno de los clanes al resto con el fin del intercambio de bienes y celebrar los buenos tiempos. Recientemente no están teniendo una buena racha, los balleneros contaminan el mar y no hay buenas temporadas de pesca, y si no hay buena pesca, no hay nada que celebrar, y si no hay nada que celebrar no hay potlatch. Por lo que mi presencia en esas zonas no fue especialmente bien recibida. 

Pero aun con todo, ese año no fue tan malo como parecía por lo que sí se celebró la mítica tradición. Yo fui obligado a ir, claro no es que me obligaran, fue más un efecto de presión social. Si no iba podría oír hasta desde la otra punta de Nicaragua las expresiones de los indígenas por creerme ``demasiado avanzado ́ ́ para sus costumbres. No es que realmente crea todo eso, pero básicamente la primera regla de los trabajos de campo es no rechazar nada que se te ofrezca. 

Fue durante el intercambio de regalos que un nativo me ofreció algo. Estaba malamente envuelto entre hojas y ramas secas, desprendía un olor que solo podría describir como huevos putrefactos, pero lo acepté y no podría arrepentirme más de ello pues mi siguiente reacción fue tirar esa cosa al suelo con un grito de asco, eso no les gustó a ninguno de ellos, menos al que me lo dio, él estalló en carcajadas. El regalo no era otra cosa que un hurón muerto, con varios órganos en estado de descomposición y un agujero en el pecho producido por una herida de bala, no es que fuera una crítica muy sutil, pero ese hombre me había dado eso como protesta hacia lo que describió como ``mi gente ́ ́. Ese nativo escupió en el suelo, dijo unas palabras que interpreté como maldiciones y se fue. El jefe me dijo que realmente estaba muy mal lo que había hecho, como se me había ocurrido mancillar su mítica tradición despreciando su regalo. 

Pero lo extraño no comenzó hasta pasadas dos semanas. Lo recuerdo perfectamente, fue un martes a las tres de la tarde, cuando salí a mirar el correo vi una rata muerta en la luna de mi coche. Eso en verdad era asqueroso, en su momento pensé que había sido una broma de algún niñato, pero no quise sacar conclusiones precipitadas y lo examiné. Efectivamente era una rata, su parte trasera estaba plenamente aplastada, sus órganos habían salido disparados en todas las direcciones. Era tan asqueroso como curioso, pues su posición era totalmente recta, como si en lugar de haberla dejado ahí, simplemente hubiera aparecido. Si alguien la hubiera puesto, aun si tuviera el pulso más fino del mundo, era imposible que hubiera podido dejarla sin siquiera hacer que se resbalara un poco. Pero no, ahí estaba, estática, fría y muerta, desafiando mínimo cuatro leyes de la física. Para no hacerla larga diré que este proceso se repitió, pero con distintos animales. Todos los martes a la misma hora, cada vez con animales más grandes. Primero un gato, luego un perro, luego un buitre, maldita sea, una vez incluso un jodido alce, claro, lo más lógico a este punto era avisar a la policía pero ¿Que tenía que decir exactamente?; ``hola muy buenas señor agente, podría venir a mi casa, es que todos los martes a la misma hora alguien viene a poner animales atropellados en mi coche y no se que hacer ́ ́. Pues algo así fue lo que hice, con los otros animales me había limitado a esconder sus cadáveres en el patio trasero de mi casa (si, lo se, muy irresponsable, pero no es como que alguien se fuera a quejar), pero con el alce, eso si fue la gota que colmó el vaso. Llamé a la policía para que reportaran lo sucedido, tras una examinación rápida los agentes me dijeron que es más común de lo que parece que los alces bajen de las montañas para caminar entre los pueblos, quizás alguien chocó con este y dejó su cuerpo apoyado en mi coche por miedo. Me pareció poco lógico, los alces son animales que miden unos 2 metros y pesan unos 700 kilos, un impacto con mi coche debió como mínimo haber roto los cristales, o mínimo una abolladura, ni hablar de lo que debió haberle pasado al coche que impactara con el animal. Aún si quería haberse dado a la fuga no hubiera llegado muy lejos y más con todo el parabrisas cubierto con las fuertes, grandes,  viscosas y poco apetecibles de ver, tripas de la parte trasera del animal.

No hubo ningún reporte sobre algo remotamente parecido a eso ese día. Le di las gracias a los agentes que no los volví a ver hasta el martes siguiente cuando encontré una patrulla en mi casa. Como pueden imaginar, había algo en la luna de mi coche. Esta vez no era que, sino quien, un hombre de unos 56 años yacía muerto sobre mi coche en una posición perfecta y sin parte trasera, como ya era tópico en estos casos. 

Los policías me esposaron sin hacer preguntas. Ahora tenía que centrarme en explicar porque había un jodido cuerpo inerte en mi coche. Me llevaron a la comisaría más cercana para hacerme unas preguntas, dijeron que un anciano de mi vecindario se había encontrado el cuerpo y lo había reportado lo antes posible por miedo a que escapara. Yo les conté lo que sabía, que era básicamente nada, me dejaron libre en 36 horas por falta de pruebas. Hasta donde sé, se sigue tratando de identificar el cadáver. 

En cambio hoy, martes 13 a las 3 de la tarde esperé pacientemente desde la ventana de mi cocina, con una falsa cortina cubriendo la ventana y un rifle apuntando desde detrás esperando lo que sabía que pasaría. Allí llegó un hombre mayor, muy viejo y canoso, con unas barbas de mínimo 30 centímetros que le cubrían la cara, una altura no superior al metro cincuenta, un jersey verde, chaqueta marrón desgastada con varios remaches y una corona de plumas sobre su larga cabellera. Era básicamente el estereotipo de indio apache, y yo tenía una puntería excelente desde que aprendí a disparar a hurones de pata negra en la oscuridad en mis ratos de caza. Cuando el indio alzó la mano para lanzar un hechizo disparé con una precisión inhumana. Él se protegió con un jodido mapache muerto, literalmente un mapache salió de la nada e interceptó el disparo. El indio miró directamente a mi posición, pude notar su mirada a través del agujero en el cristal de mi ventana y de la cortina ya algo inútil que me cubría. Ahora no había duda, él era la deidad que me había estado jodiendo, ya había visto su poder en acción y eso justifica la llamada del anciano, porque en mi vecindario no hay ni un solo anciano. 

Estoy escondido dentro de mi armario con un rifle winchester 44 esperando a que el brujo de ahí fuera me mate. Le he oído abalanzarse contra la ventana y romper el cristal, si sobrevivo esta noche volveré a decirles que pasó.

Epílogo.

"Querido espectador, le ruego que haya aprendido algo de esto, no creo que haya mucho más que decir. Si llegamos a encontrarnos ahora que ya se sabe las normas del juego no permitiré excusas cuando haga trampas". 

- Atentamente Uriel.


Una mujer se desplaza por la calle pero sus pies no tocan el suelo. Nadie puede verla, todas las ventanas están cerradas, aún si alguien quisiera abrirlas no podría.

La mujer se acerca a una puerta y su cabellera plateada ni se despeina cuando sus bisagras se parten desde dentro para dejarla entrar.

La mujer mira a su alrededor, ignora la ventana rota, lo único que llama su atención es el buzón de la pared con el nombre del propietario, pone: "Zerezade Garcia Serrano".

La mujer entra a la casa y vuelve a colocar la puerta en su sitio, sabe exactamente a dónde desplazarse. Cuando llega al armario observa sin mucho asombro como este parece haber sido embestido por un camión, solo la estructura de madera se había roto pero la pared de detrás está intacta.

El cuerpo en su interior se encontraba en un avanzado estado de descomposición pese a que los eventos habían sido recientes.

Aquella mujer no puede evitar sentir algo de pena por aquel hombre al que también había visto en el hospital luego de que milagrosamente sobreviviera a una explosión de cuarenta toneladas métricas de TNT.

Ahora la mujer señala al armario. Los trozos de madera se apilan de nuevo en su sitio, trozo por trozo, astilla por astilla, encerrando aquel cuerpo partido.

La mujer deja la casa. Sale levitando a través de la ventana y reconstruye los cristales, desde los marcos hasta los vidrios más milimétricos. Se va, limpieza concluida, un cebo perfecto.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Creepypasta: Nina the Killer (Remake 2024).

Borrador de Yume Nikki.

Creepypastas: Las lágrimas del cielo son de mármol rosa - parte final.