MCAA-353686 VS Momaz Osani.
- No me ataquen - gritó una voz femenina entre los helechos. - Vengo en son de paz, ¿Lo veis? Traje té.
Las criaturas miraron incrédulas como la aparente niña de dieciocho años avanzaba con una tetera en una mano y una espada de nueve pies de altura en la otra, la punta de la espada miraba al cielo.
Una de las criaturas se acercó a ella. Era un Retro Deinocheirus, pero como todo en esta parte del mundo, también era científicamente impreciso. Medía tres metros, su piel morada era escamosa, su boca era una mandíbula poderosa en lugar de un pico. Tanto él como sus brazos medían más que la niña y el detalle más criminal, no tenía plumas.
- ¿Porque traer la espada? - dijo él con una voz siseante, como de serpiente.
- Porque hay demasiada vegetación aquí, tuve que abrirme pasó lo mejor que pude.
- ¿Y como se que no has cortado a nadie en tú camino hacia aquí?
- Porque tengo un buen sentido de la orientación - dijo la muchacha con una sonrisa en el rostro.
El dinosaurio la miró por encima del hombro, aunque veía un camino despejado, no había heridos pese al rango de tres metros que dejaba la hoja a su paso.
- Además, fue necesario para ubicarme en esta jungla. Ni siquiera debería haber una jungla, en la época de los dinosaurios no había árboles ni matorrales, a lo mucho llervajos. ¿Sabías que los tiburones son más viejos que los árboles? - dijo la muchacha mirando con la cabeza alta al dinosaurio que la duplicaba en altura.
- No se que es un tiburón - respondió enfadado.
Así eran estos seres, no entendían lo que no conocían porque generalmente mataban a todo lo que no entendían. La mayoría de los dinosaurios pensantes (o dinoseres como los llamaba la agencia), apenas sabían pensar, el único lenguaje que hablaban era el de la caza pese a tener restos de homosapien en su ADN. Por eso la agencia había mandado a una de sus mejores agentes a la capital, la paz era un bien necesario, solo la emperatriz parecía tener el raciocinio suficiente para negociar.
La historia de esa parte del mundo era muy curiosa, en su momento dinosaurios y humanos convivían en una relación no muy amable, los humanos cazaban y eran cazados, aún así se mantenía el equilibrio. En un momento no especificado en el tiempo, los dinosaurios atacaron masivamente a los hombres y viceversa, la masacre fue tal que ambas poblaciones se reducieron a un 3% de lo que una vez fueron. Esta situación era insostenible, no obstante se encontró una forma de paz, los hombres mandaron machos que se aparearon con las hembras y los dinosaurios mandaron hembras que se aparearon con los hombres. La descendencia no solo fue fértil, además podían cambiar de forma a voluntad, eran más rápidos y más fuertes de lo que sus antepasados habían sido jamás. No tardaron más de una década en poblar todo su continente pero siempre bajo una única lider que era elegida de manera hereditaria.
La emperatriz vivía en un castillo ubicado en mitad de un islote, daba mayor seguridad ya que muchos de los dinosaurios eran bípedos incapaces de nadar. De hecho, solo dirigieron a la muchacha hasta la orilla del mar, dando por hecho que se las apañaría para llegar.
- Me llamo Margarita por cierto, un placer - dijo ella con una amable sonrisa.
- Me da igual - dijo el Retro Deinocheirus mientras se iba.
Había aceptado llevarla lo más cerca del palacio que se le permitía, pero Margarita le había tenido que dar la tetera.
"Podría haberlo encontrado yo sola" pensó "ahora no tengo té que regalar a la emperatriz".
Margarita tenía el defecto de ser demasiado amable, hasta con quien no lo merecía.
Puestos a ello, se acercó al árbol con el tronco más fino que encontró, usó su espada para cortarlo de un solo tajo.
Margarita materializó un cubo de hierro y arrastró el tronco hasta su centro, a modo de catapulta, se puso en un extremo, materializó otro bloque a cinco metros de altura que cayó con fuerza implulsándola por el aire.
A mitad de distancia de su destino formó unas alas de metal que pese a ser finas le añadieron peso para redirigirse a la puerta principal del castillo. Necesitaba demostrar educación, no entrar por una ventana. Las reabsorbió una vez toco tierra.
Aterrizando en la entrada analizó mejor la estructura. Era una especie de castillo medieval, dos torres laterales y una principal que se elevaba más que el resto. La piedra que lo componía estaba pobremente encajada con arcilla y excremento seco, lo que generaba un olor repulsivo.
"De donde habrán sacado esto" pensó mientras llamaba a la puerta con un toque medianamente fuerte de nudillos.
La puerta era de acero reforzado. La agencia no tenía constancia de que los dinoseres dominaran la metalurgia. No usaban armaduras ni armamento metálico, de hecho apenas había metal en esa construcción. Las ventanas eran de vidrio y madera, las que no solo eran agujeros en la piedra.
Margarita suspiró después de llamar una tercera vez. Al ver que no venía nadie partió la puerta en tres con varios estoques de su espada y luego absorbió cada pieza.
Ese era el don especial de Margarita, la anomalía por la cual había sido recluida por la agencia. Si, podía materializar metal de la nada, pero también podía absorberlo en milésimas de segundo si hacía contacto con la palma de su mano.
El castillo por dentro olía peor que por fuera. No había antorchas dentro ni nada que iluminase el lugar (sin contar la luz de las ventanas). Para los dinoseres la luz no era necesaria, la mayoría podían ver en la oscuridad, los que no eran de un rango social demasiado bajo así que nunca tendrían que preocuparse por no ver dentro de un castillo porque jamás estarían en uno.
Margarita tanteó las paredes con la punta de su espada, se negaba a tocarlas. Sus pasos se detuvieron cuando una voz aún más amenazadora que aquella que escuchó en la jungla la ordenó un alto.
- ¿Quién anda ahí? - repitió la voz.
Girando una esquina a la luz de una ventana baja apareció un velociraptor de metro ochenta. Su piel verde casi relucía, sus ojos amarillos se clavaron en Margarita, pero aún más en su espada.
- Vengo en son de paz - dijo Margarita con una sonrisa. - Traía té, pero ya se acabó.
El dinoser la miró por encima del hombro, parecía hasta una costumbre que hicieran eso. En sus ojos se reflejó la luz que entraba del lugar donde antes había una puerta.
- Mil perdones por eso, es que nadie vino a abrirme.
- Porque la emperatriz no ha solicitado visita.
Margarita sopesó las palabras con las que daría la réplica. Aquel dinoser hablaba de manera diferente, de hecho su idioma era totalmente distinto al que había escuchado fuera del castillo.
La agencia tenía breves estudios sobre esto, los dinoseres tenían un idioma único por estrato social, toda clase superior está obligada a conocer los idiomas de la clase inferior. La clase inferior tiene prohibido hablar el idioma de la clase superior so pena de muerte. Era un buen mecánismo para detectar intrusos, una clase inferior no podría hacerse pasar por una clase superior porque no sabría comunicarse con ellos.
Afortunadamente Margarita tenía una cuerda del constructor, una especie de hilo de oro que abrochado en su pelo la permitía hablar y entender cualquier idioma. Lo llevaba en el pelo para que se ocultara con su cabello rubio, así nadie pensaría que esa cuerda que brilla era un arma.
- Tú especie debería estar muerta, nuestros genes son mejores. Tomamos vuestros inútiles cuerpos y los descartamos. Tengo la inteligencia que deseas en un cuerpo más fuerte que él tuyo. No importa cuánto metal traigas, no eres rival para mí, aún menos para la emperatriz, ¿Porque hablar con ella pidiendo misericordia? Acepta los hechos y muere - terminó de decir el dinoser.
- Jaja - se rió Margarita con una agradable sonrisa en sus labios. - Eres muy majo, estaré encantada de que me lleves ante tu emperatriz.
- Si quiera me has escuchado - gritó él.
Margarita se limitó a mirar aún con su sonrisa.
- Agh, pierdes el tiempo - dijo moviendo su cabeza de abe lagarto de lado a lado. - Sigueme.
Hizo un ademán con la mano y Margarita lo siguió, acelerando un poco el paso, casi trotando, aunque hizo desaparecer su espada mantuvo una distancia prudencial.
Bajaron por una escalera, parecía que se había tallado en la misma piedra mientras se escababa. En este lugar tampoco había luz pero los ojos de Margarita se adaptaron rápido.
"¿Porque estamos bajando?" Se preguntó margarita. "Si la reina es un reptil de sangre fría no tiene sentido que esté en un lugar tan poco cálido".
Margarita no preguntó, solo siguió al velociraptor en silencio. Maldición, verdaderamente le molestaba que no tuviera plumas, que fuera un lagarto era antinatural, los dinosaurios eran pájaros, no cocodrilos bípedos.
El dinoser la llevó a una habitación cerrada con otra de esas puertas reforzadas. La abrió con un chirrido insufrible que a Margarita no molestó en absoluto, estaba acostumbrada a los golpes estruendosos del metal. El dinoser pareció hasta decepcionado de que Margarita no se molestara.
- ¿Pero que es esto? - exclamó Margarita asombrada. Sus ojos brillando como estrellitas.
Margarita entró a la habitación, se puso de cuclillas y empezó a acariciar a una de las bolsas de pelo que caminaba por el suelo.
Era una musaraña, un animalito, un roedor parecido a un ratón, un poco más pequeño regordete con una nariz graciosa. Había muchas, todas caminando a pasitos por el suelo. La habitación estaba extrañamente limpia.
- ¿Son vuestras mascotas? ¿Qué es este lugar?
- Nuestra reserva de comida, un matadero.
- Oh... ¿Y yo que hago aquí?
El dinoser se partió a carcajadas, luego cerró de un portazo que resonó en los ecos de todo el lugar.
"Yo soy parte de la comida del matadero" pensó Margarita apenada. Ahí iba la última oportunidad de hacer las cosas por las buenas.
Margarita alzó las dos manos, tal y como si fuera a batear, lanzó un movimiento en ángulo ascendente mientras un martillo de guerra se materializaba empujando la puerta por los aires.
El metal recorrió los nueve metros que lo separaba del techo, chocó en un estallido para luego caer a gran velocidad. Margarita lo paró con la palma de la mano, absorción en el acto.
El dinoser que aún estaba en el pasillo realizó un grito gutural, una señal de ataque y defensa. En cuestión de segundos aquel pasillo se llenó de sombras en movimiento. Más dinoseres, posiblemente todos los del castillo, venían desde ambas direcciones.
Margarita tomó aire, extendió la mano detrás de ella y creó un muro de metal solido de nueve metros, se encajó con lo alto del techo. Aunque había cortado uno de los caminos para que no la atacaran por la espalda de frente seguía teniendo varias decenas de dinoseres. Cabían tres si se situaban a lo ancho, pero muchos empezaron a cambiar de forma para dejar espacio, se volvieron humanos de todas las clases, hombres, mujeres, adultos y niños, todos de apariencia amable y carácter hostil e igual de fuertes que antes de transformarse.
Margarita modificó su arma, cambió el martillo de guerra por una alabarda de metro setenta para maniobrar mejor. Luego se lanzó al combate.
Margarita esquivaba con gracia y facilidad. Incrustó el mango metálico de su arma en el estómago de un hombre adulto mientras que de un giro noqueaba con el contra filo del hacha a una mujer. Esquivó una patada a 80 km/h de una voltereta, cayendo en la cabeza de una niña que había tratado de atacarla por la espalda, estrellando su cabeza contra el suelo y partiendo sus dientes.
Los dinoseres se defendían como podían, pero Margarita era imbatible, aún con la oscuridad, aún con los olores, no se distraía. Maldición, podría haber luchado con los ojos cerrados y aún así serían los dinoseres quienes estuvieran en desventaja.
No habían pasado ni treinta segundos cuando Margarita ya había despachado a dos docenas de ellos. No había matado a ninguno, pero había roto huesos, tendones y dientes como la que más.
Margarita modificó su alabarda, la convirtió en una maza y como si de una jabalina se tratase, la lanzó hacia el techo, agrietando el agujero que ya había hecho con la puerta, esto abrió un agujero de amables dimensiones.
Margarita se acercó al muro de nueve metros que había creado y a escasa distancia creó otro igual que llevaba hasta el agujero. Luego se impulsó con las paredes lisas y metálicas, saltando de una a otra hasta llegar a arriba.
Margarita pasó la mano por el agujero he hizo contacto con la pared que había creado, absorbiendo el metal, luego realizó lo mismo con la otra. Ahora estaba lista. Los dinoseres solo la miraron desde abajo tan enfadados como sorprendidos. Margarita no les hizo el menor caso y fue a buscar a la emperatriz por su cuenta.
No tardó mucho en encontrarla. La emperatriz de los dinoseres, la llamada Momaz Osani, que podría traducirse como "gran casco", estaba justo enfrente de ella. La emperatriz estaba justo en el centro de la habitación, sentada en un trono regio formado con huesos, madera y piel. Su altura rondaba los dos metros, su cara triangular era tapada en la parte superior por un casco con forma de cabeza de langosta. Su cuerpo era deforme, demasiado raquítica como para ser humana, era como si hubieran chupado su cuerpo hacia dentro. Sus venas azules se marcaban en su piel rojiza que era escasamente tapada por un vestido fino y blanco como la espuma del mar.
- Vengo en son de paz - comenzó a decir Margarita.
La emperatriz alzó la palma de la mano derecha para que Margarita la contemplara. Ella captó el mensaje al instante.
Para los dinoseres ese gesto era una señal, "ríndete y muere" quería decir.
- No lo haré - continuó Margarita. - Tus continuos ataques a nuestro mundo se han saldado varias vidas. Buscamos la paz, ¿Por qué te niegas a dárnosla?
- Naturaleza - contestó Momaz en un susurro. Luego atacó.
La emperatriz se impulsó con los dos pies por delante, una doble patada que Margarita le frenó sin esfuerzo con su espada de dos metros.
¿De donde había salido eso? Momaz no lo había visto. Sin perder tiempo se impulsó en la hoja hacia atrás mientras Margarita la lanzaba de una estocada, haciendo que chocara contra su trono y lo partiera.
Ya no fueron necesarias más palabras, toda la sala retumbó en un estallido, Momaz se lanzó por ella a la velocidad del trueno. Margarita reaccionó con naturalidad, bloqueó un ataque de los puños de la emperatriz con la espada y luego la clavó en el suelo. A modo de pértiga se impulsó en ella y clavó su pie izquierdo en la boca de Momaz, tres dientes salieron despedidos de su sitio.
Momaz aprovechó la corta distancia, clavó sus pies al suelo pulverizando la piedra, volvió sus uñas garras y cortó en vertical hacia la garganta de Margarita. La mano no impactó, ya que la joven lo esquivó impulsándose con el pie izquierdo en el hombro de la emperatriz, giró en el mango de su espada y estrelló otra patada en el rostro de su atacante, la hizo retroceder tres pasos mientras ella se posaba en el suelo.
Momaz escupió sangre, se llevó las manos al casco y lo aplastó. Hasta ahora estaba luchando a ciegas, siempre lo hacía. Su linaje era la sangre más fuerte que existía, básicamente era el ser prehistórico más fuerte. ¿Quién necesitaba ver cuándo podías tumbar a un Paraceratherium de un golpe? Esta lucha se volvió algo personal. Un reto que ella con gusto había aceptado.
Segundo asalto, ahora embistió a un más rápido que antes, pero Margarita volvió a bloquearla, esta vez un escudo había salido de su antebrazo pero no había sido tan eficaz, Momaz Osani pudo atravesarlo con sus garras y hacer contacto directo con la piel. Margarita volvió su espada una maza con cadenas y la dirigió a la cabeza de la emperatriz, que lo evadió con una voltereta hacia atrás. Sus pies pasaron rozando el rostro de Margarita y una garra falciforme estuvo a punto de impactar. Por suerte solo pudo cortar la cadena de la maza.
Margarita atrapó su arma de metal al vuelo y la absorbió al mismo tiempo que absorbía el escudo. Algo cambió en su cara, un detalle minúsculo que la emperatriz entendió ipso facto. Se protegió de la embestida con un ariete que Margarita le propinó a la carrera fracturando su brazo izquierdo, empujándola a través de dos muros, llenando su imperial cuerpo de polvo y excremento. Luego la dejó arrastrándose por el suelo dando vueltas.
Momaz Osani se puso de pie, su brazo estaba roto y sangraba pero el resto del cuerpo parecía intacto. La emperatriz se cortó el brazo malherido, lo tiró a los pies de Margarita. La muchacha conocía bien este símbolo, los cangrejos se mutilaban partes del cuerpo para que los depredadores se distrajeran comiéndoselas, de este modo aprovechaban para huir.
- ¿Quieres rendirte? - dijo con una voz más seria de lo habitual.
- No - dijo Momaz Osani, preparándose para el tercer asalto.
Esta vez fue ella quién se quedó quieta, esperando el ataque de Margarita. Vio detenidamente como ella descartaba el ariete e invocaba una espada, lo cual solo confirmó sus sospechas.
Margarita arremetió contra ella en una estocada, un revés dirigido sin mucha fuerza que impactó directamente contra las costillas de la emperatriz. Eso estaba mal, ese golpe tendría que haberlo esquivado, fue muy tarde cuando quiso darse cuenta, apenas evitó la totalidad de la trampa. Momaz Osani más rápida que él trueno cortó directamente a Margarita, un corte más profundo y preciso que ningún otro, debajo de la frente, a la altura de las cejas. Desgarró carne y dejó sin un solo pelo a Margarita en la ceja derecha de su cara. La repentina oleada de dolor la dejó expuesta a una patada en el abdomen. La uña falciforme no pudo rasgar sus intestinos pero si generar un corte profundo que la mandó hacia atrás partiendo las paredes de la habitación.
Momaz Osani volvió a arremeter contra Margarita, ella reaccionó a tiempo creando un tubo cilíndrico de doce metros de alto a su alrededor, un grosor de 30 centímetros que la emperatriz solo pudo rasgar de un zarpazo. Con eso ganaría tiempo, ¿Qué debía hacer ahora? Momaz había notado el patrón de sus cejas, como gracias a perder cada pelo creaba un arma, como lo recuperaba al reabsorber. Su manipulación de hierro venía desde dentro, pero sacrificar sus cejas era lo que le otorgaba fuerza.
El suelo crujió bajo sus pies cuando Momaz entró desde abajo, había enganchado su mano en la capa externa del tubo y se había impulsado en arco para entrar desde el suelo.
Margarita a duras penas vio llegar el ataque, en su intento de esquivar la garra falciforme le rasgó los pelos de la otra ceja empapando la cara de la joven en sangre. El poco diámetro del tubo cortó su retirada y la emperatriz la estrelló contra la pared tomándola por el cuello. Sus garras se aferraron a la garganta, Margarita se defendió con puñetazos hacia el brazo, pero Momaz era fuerte, tardaría mucho en partirlo.
Margarita llenó sus ojos de lágrimas y arrastraba sus manos sin fuerza hacia la cara de Momaz, lo que la alentaba a ser más brutal.
El daño penetrante terminó matándola, la emperatriz retrocedió, apoyó su cuerpo sin vida en la pared metálica.
Margarita volvió a introducir aquél clavo en la palma de su mano. En un ataque desesperado, controló todo el hierro de su cuerpo en un único clavo que sacó de su palma hasta perforar la cabeza de su atacante.
Margarita apoyó la palma en el cilindro, contuvo un grito primal cuando su piel en carne viva hizo emerger un pelo donde antes tenía las cejas.
Se llevó la mano derecha a un oído y presionó el comunicador.
- Código gris, no ha habido posibilidad de negociar.
- Entendido - contestó la voz del otro lado. - Hemos mandado a MCAA-AC9ONY, no te muevas de tú posición, ella reconstruirá hasta la última célula de tú cuerpo.
Margarita creó una lámina de hierro en la pared para no mancharse, se reclinó sobre ella y dejó caer su peso sintiendo el frío, eso la calmaba. Hizo caso omiso al ruido de dinoseres que venían por ella. Cuando se cubrió con la luz de aquel suave resplandor verde supo que todo estaría bien.
FIN.
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