En este bar solo se atienden señoritas: madres viudas.

La puerta se abre sin mayor preámbulo, una mujer entra y me tira su cartera a la cabeza. Yo con mis reflejos de tortuga con artrosis la recibo sin mucho agrado y duele, duele como si te golpearan en la frente con una cartera que tiene dentro muchas monedas y un mechero, lo sé porque es exactamente lo que me acaba de pasar.

- Ponme tanto licor como pueda pagar - me dice la mujer con una mirada de furia a través de sus gafas de pasta.

Abro la cartera, veo muchas monedas y un par de billetes, es una cantidad muy grande, le da para 50 tragos o 100 chupitos, que viendo su cara de mujer entrada en los 50 arrugada doy por hecho que es lo que quiere.

Lleva ya treinta y contando, le he dado una botella de tequila con una graduación del 55% pero ella no se rinde, ha venido aquí a ahogar las penas, yo solo espero que sus penas no sepan nadar porque no creo tener otra botella de esas, que por cierto, dudo que sean legales en este país.

Su cuartagesimo trago lo deja caer desde su mano derecha, alzada todo lo alto que puede al mismo tiempo que inclina la cabeza hacia atrás, como si esperase que así la gravedad hiciera que el líquido que se está metiendo entre pecho y espalda baje más rápido.

En la altura de su mano resplandece un reloj dorado con una lente roja que parece un rubí reluciente sacado de un bosque maldito. Con su mano contraria alza otro vaso de 60 mililitros donde el tequila cristalino resplandece con la única luz del bar. También se refleja en sus anillos de los dedos corazón y anular que tienen bordados unas calaveras.

Mientras sus ojos verdes buscan el cuello de la botella para llenar otros tres vasos, sus cervicales se preparan para echar hacia atrás una cabeza de corta cabellera rubia y ondulada, rapada del lado derecho. Yo solo puedo pensar en si seré capaz de decirla algo cuando llegue el momento o la copa se acabe. Así mientras dudo tomo una bayeta y finjo que limpio una copa.

Su escaso pecho de pectorales firmes se infla mientras respira profundamente al tragarse ya la decimosexta ronda, me pregunto como es que se lo está tomando con tantas ganas, no entiendo cómo su cuerpo aún regula su temperatura, tiene que estar tan entrada en calor que su camiseta negra sin mangas debería estar chorreando, hasta sus dos collares deberían chorrear y el timón que tiene gravado en el centro de uno de ellos tendría que estar girando sin control mientras ella se vuelve colorada y echa humo por las orejas con el sonido de un silbato de tren. Pero eso no ocurre, simplemente clava sus codos completamente tatuados con rosas y poemas en la mesa, toma el vasito entre dos dedos y hace girar el líquido con contoneos suaves.

Está cabizbaja, pensativa, ni siquiera está mirando el contenido del vaso que hace danzar. El porte de su cara, que parece sacado de una película de acción de esas en las que gritan "viva América" y saltan en un 4 por 4 con dos metralletas que disparan sin retroceso, simplemente se contrae en una mueca que me atreveré a definir como melancólica.

La puerta se abre otra vez, a solo diez minutos de la hora de cerrar, esta vez entra una señora hecha y derecha, con el pelo rubio de media melena recogido en lo que describiré como un único tirabuzón al final. Su porte es de seriedad absoluta y por su vestimenta azul oscura de hombreras amarillas que se asemeja al uniforme de cierto partido alemán de inicios del siglo XX daré por hecho que es militar. Debajo trae un jersey negro de cuello alto, normal que lo use, aunque estamos a principios de marzo las noches son algo frías, solo por eso mi mirada se desvía de nuevo a la mujer con gafas y su ropa sin mangas.

- ¿Lo ha pagado? - me pregunta la mujer de la puerta. Solo cuando la miro a los ojos noto su bicromia verde y azul.

- Si, todavía tiene para 30 más - digo mientras devuelvo la mirada a la copa.

Las botas con tacón de cuña suenan en las maderas del suelo y se acerca hasta la espalda de la mujer con gafas. No se por qué pero de repente me parece que sus caras se asemejan.

- Tú siempre encuentras la manera de tocarme bien el coño - dice gafas sin mirarla.

- Entonces ya sabes que está muerto - dice la uniformada, marcando sus palabras con un notorio acento alemán. No se si debería preocuparme por eso.

- No tendría otra razón para estar aquí - gafas agacha la cabeza hasta dejar su cuello recto y poco a poco gira para mirar a la uniformada.

Quizás son hermanas, tal vez mellizas, ¿Hablarán de su padre? ¿Su hermano? ¿Tal vez un amigo en común? 

- También era mi hijo - dice uniformada mandando a tomar vientos mis suposiciones.

Que silencio más incómodo, solo roto por el sonido de mis dedos frotando la copa.

- De todas las jodidas posibilidades que podían venir a decirme eso a la cara... - gafas retira la silla haciendo resonar las patas - no voy a dejar que seas tú la que me de lecciones - se gira y se endereza, son igual de altas.

Mis ojos bajan hasta ver las manos de gafas, tiene uno de los vasos entre sus dedos y está apretando los nudillos tan fuerte que se notan los cardenales marcados de peleas pasadas.

- Mátame si así lo quieres - contesta uniformada, los brazos cruzados a la espalda la barbilla en alto. - Solo harás que me reúna con él más rápido. 

- No, no vais al mismo sitio - murmura gafas con los dientes muy juntos.

- Ningún criminal de guerra merece el cielo, no importa de que bando luche - su mirada bicolor sigue fija en la retina opuesta. - También quería sacarlo de ahí, no esperaba que recurriera a una salida tan cobarde y menos desde la seguridad de una trinchera.

¡Crash! Sonido de cristales rotos.

Gafas ha aplastado el baso entre sus manos y con uno de los cristales le ha cortado el ojo verde a uniformada. Ella no ha cambiado su pose, deja que la sangre escurra por su mejilla y gotee en el suelo.

- No mereces el color que le diste - le dice gafas.

- ¿Te sientes mejor? - pregunta la otra.

- No - se sube las gafas y se cubre la cara con las manos mientras llora. - Tardé tanto en encontrar una posibilidad donde siguiera vivo y murió de todas formas.

Uniformada la arrima hacia sí con un brazo y deja que llore cerca de su hombro. 

- Tal vez esté con su padre - dice gafas mientras solloza. 

- Tal vez - le susurra uniformada al oído.

- Tuvimos que habernos quedado con el oro.

- Tal vez.

Uniformada mete su mano en uno de los bolsillos de la chaqueta y saca un billete con más ceros de los que conocía, seguramente es una moneda formada luego de un periodo de inflación. 

- Por el vaso, Aaron lo entenderá - me comenta.

Sin necesidad de más explicaciones, conduce a gafas con su cuerpo lloroso hasta la salida, abre la puerta con su mano libre y se va.

Hay historias que puedes entender con muy poco contexto, esta no es una de ellas.

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