FC: la amistad de Maggie y Hannah.

El lunes por la tarde se arrastra como un perro cojo por las calles de Brightmoor, y el Fight Choir está en pausa, suspendido como una sentencia de muerte que nadie quiere firmar. Hay un soplón suelto, un chivato con lengua floja, y la policía de Detroit ha estado husmeando, metiendo sus narices grasientas en los callejones y sótanos donde las chicas sangran por gusto. Nadie sabe quién habló —tal vez Nora, con su maldita pureza, o quizás Rina, por pura rabia—, pero el rumor pesa como un ladrillo en el pecho de Hannah Kessler mientras camina hacia la vieja sala del coro, un rectángulo de cemento olvidado en el corazón del instituto. El sol cuelga bajo en el cielo, un ojo amoratado que sangra calor sobre el asfalto, y el aire huele a gasolina rancia y promesas rotas, un perfume que se le pega a la piel como mugre. La sala es un cadáver hueco, grande, con una acústica que podría haber sido hermosa si alguien la hubiera cuidado. Tres cristaleras altas dominan la pared este, diseñadas para ...