Creepypasta: Miss Pacman.

 Historia original: https://youtu.be/BmLu6MEisHk?si=rSI6Hpa6dqcxEO1t


Traducción literal.

Siempre supe que Mario no era el esposo perfecto. Él se enojaba fácilmente, tenía celos sin motivo, e incluso una vez usó violencia contra mí. Sin embargo, lo amaba, así que a menudo perdonaba fácilmente sus errores. No pensé que eso pudiera hacerme daño a mí misma.

Era una noche normal en nuestro pequeño pueblo. Estaba preparando la cena, los sonidos familiares del campo creaban una sensación de paz increíble. Él irrumpió, con ojos salvajes y llenos de furia. “¿Dónde estuviste hoy?”, rugió su voz, llena de acusaciones. “En el mercado, Mario”, respondí, tratando de parecer tranquila, aunque mi corazón latía con fuerza por el miedo. Esta vez, él estaba más furioso que otras veces. Esperaba que mis palabras sinceras pudieran calmar un poco su ira.

“¡Mientes!”, gritó, agarrando un cuchillo de la esquina de la cocina. La luz fría de la hoja me hizo estremecer. Antes de que pudiera reaccionar, él blandió el cuchillo con una fuerza aterradora, impulsada por la furia y los celos. El dolor explotó en mi mano izquierda cuando mi mano fue completamente cercenada. Grité de agonía, un sonido que parecía salir desde lo más profundo de mi alma. El mundo se nubló mientras retrocedía tambaleándome, sosteniendo mi brazo que sangraba.

“¡Nadie podrá arrebatarte de mi vida nunca más!”, rugió él, su voz resonando en mis oídos. El siguiente golpe fue dirigido a mi mano derecha, y caí, con sangre brotando por todas partes. Ahora estaba completamente destrozada. Mi visión se llenó de lágrimas y sangre mientras yacía allí, indefensa. Él levantó el cuchillo por encima de mi cabeza. Sabía lo que vendría después, pero el terror de eso era inimaginable. La hoja descendió, cortando mi rostro, partiéndolo en dos. Me sentía como un personaje de Batman, con gritos de auxilio débiles en mi garganta.

El tiempo parecía ralentizarse. La habitación a mi alrededor se volvió fría. Las velas parpadeaban, desvaneciéndose, hasta que fueron reemplazadas por una luz extraña y fantasmal. Sentí una presencia a mi lado. Al abrir los ojos, no vi el rostro de mi esposo, sino el de una mujer, de figura elegante y con un aura resplandeciente.

“Alexandra, no estás sola”, susurró ella. Tomé su mano, sintiendo un calor que se extendía por todo mi cuerpo. La oscuridad a nuestro alrededor parecía desvanecerse, reemplazada por un lugar lleno de luz y paz. Me sentía en paz, libre del dolor y el miedo. Pero entonces fui arrastrada de vuelta. La paz se rompió. Estaba de nuevo en la casa, la escena no había cambiado. Mario todavía estaba allí, mirándome con ojos abiertos, llenos de terror. Me vi a mí misma tirada en el suelo, pero también estaba de pie, intacta y sin daño alguno.

“Me hiciste esto”, susurré, con una voz que tenía fuerza y, a la vez, no parecía mía. Él gritó cuando la oscuridad lo engulló, y luego hubo silencio.

A la mañana siguiente, desperté aturdida, de vuelta en mi cuerpo, en la misma habitación vieja, pero nada había sucedido. Mario estaba allí, mirándome furioso, con ojos ardientes de odio. Se abalanzó sobre mí, golpeándome. Cada golpe traía nuevos dolores. Sacó el cuchillo y grité cuando cortó mi carne. El dolor era insoportable, pero mientras me hundía en el sueño, me di cuenta de algo aterrador: esto no solo estaba ocurriendo ahora, ocurriría muchas veces. Cada vez que alguien vea este video, revivo esta pesadilla, siento la hoja, el dolor y el terror.

De repente, me di cuenta de que solo era un fragmento de la memoria de Alessandra, que en su agonía había caído accidentalmente en este video, creando un bucle de horror y sufrimiento, reproducido una y otra vez por la curiosidad de los demás. Un recordatorio de la violencia doméstica. Y mientras yacía allí, mi cuerpo lleno de dolor, entendí que mi pesadilla estaba lejos de terminar.

No puedo permitirlo. Debo encontrar una manera de llevar este dolor a quienes vean este video, la señorita Batman.


Traducción ajustada y más coherente.

Siempre supe que Mario no era el esposo perfecto. Era propenso a estallidos de ira, consumido por celos sin sentido, e incluso había usado la violencia contra mí en el pasado. A pesar de todo, lo amaba, así que solía perdonar sus errores con facilidad. Nunca imaginé que mi amor por él me llevaría a un destino tan oscuro.

Era una noche tranquila en nuestro pequeño pueblo. Preparaba la cena, rodeada por los sonidos familiares del campo: grillos, el murmullo del viento, una calma casi irreal. De repente, Mario irrumpió en la cocina, sus ojos desorbitados y llenos de furia. 

— ¿Dónde estabas hoy? — gruñó, su voz cargada de acusaciones. 

— En el mercado, Mario. — respondí, intentando mantener la calma, aunque mi corazón latía con fuerza por el miedo. Esta vez, su rabia era diferente, más intensa, más aterradora.

— ¡Mientes! — rugió, y antes de que pudiera reaccionar, tomó un cuchillo de la esquina de la cocina. La hoja brillaba con un resplandor frío que me heló la sangre. Con un movimiento impulsado por la furia y los celos, blandió el cuchillo con una fuerza descomunal. El dolor estalló en mi mano izquierda cuando la hoja la cortó limpiamente, separándola de mi brazo. Grité, un alarido que parecía surgir desde lo más profundo de mi alma. El mundo se volvió borroso mientras retrocedía tambaleándome, sosteniendo mi brazo ensangrentado.

— ¡Nadie te apartará de mí jamás! — bramó Mario, su voz resonando como un eco en mi cabeza. El siguiente golpe fue dirigido a mi mano derecha, y caí al suelo, con la sangre empapando mi cuerpo. Estaba rota, indefensa. Mi visión se nublaba, mezclada con lágrimas y sangre, mientras yacía en el suelo. Él levantó el cuchillo sobre mi cabeza, y supe lo que venía. El terror era indescriptible. La hoja descendió, cortando mi rostro, partiéndolo en dos. En ese momento, me sentí como Miss Pacman, atrapada en un juego macabro, devorada por un destino cruel, incapaz de escapar.

El tiempo se detuvo. La habitación se volvió fría, las luces parpadeaban y se desvanecían, reemplazadas por un brillo extraño, casi sobrenatural. Sentí una presencia a mi lado. Al abrir los ojos, no vi a Mario, sino a una figura etérea, una mujer de contornos delicados, envuelta en un aura resplandeciente. 

— No estás sola, Alessandra — susurró. Tomé su mano, y una calidez reconfortante recorrió mi cuerpo. La oscuridad se disipó, dando paso a un lugar lleno de luz y paz. Por un momento, me sentí libre del dolor, del miedo, de todo.

Pero esa paz se rompió. Fui arrastrada de vuelta a la realidad, al mismo cuarto ensangrentado. Mario seguía allí, mirándome con ojos llenos de horror. Me vi a mí misma en el suelo, destrozada, pero también estaba de pie, intacta, como si no fuera yo. 

— Tú me hiciste esto — susurré, con una voz que era mía y, al mismo tiempo, no lo era. Mario gritó, y la oscuridad lo engulló. Luego, solo hubo silencio.

A la mañana siguiente, desperté en mi cuerpo, en la misma casa, como si nada hubiera pasado. Pero Mario estaba allí, mirándome con ojos encendidos de odio. Se abalanzó sobre mí, golpeándome con furia. Cada golpe traía un nuevo dolor. Sacó el cuchillo otra vez, y grité cuando la hoja cortó mi carne. El dolor era insoportable, pero mientras me hundía en la inconsciencia, comprendí algo aterrador: esto no era un evento aislado. Ocurriría una y otra vez.

Cada vez que alguien reproduce este video, revivo esta pesadilla. Siento el filo del cuchillo, el dolor, el terror. Soy Alessandra, atrapada en un fragmento de memoria, condenada a repetir mi sufrimiento. Mi agonía quedó grabada en este video, un eco de mi muerte que se repite eternamente por la curiosidad de los espectadores. Como Miss Pacman, estoy atrapada en un laberinto sin fin, perseguida por la violencia de Mario, devorada una y otra vez por el mismo destino cruel.

Este video no es solo una historia. Es un recordatorio del horror de la violencia doméstica, una advertencia grabada en mi sangre. Pero mi pesadilla no termina. No puedo permitir que termine. Debo encontrar una manera de llevar este dolor a quienes lo ven, de hacerles sentir el peso de mi sufrimiento. Porque yo soy Miss Pacman, y este juego nunca termina.


Fin.

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