En este bar solo se aceptan señoritas: Me tomaré la vida lo enserio que quiera (part 2).
Primeramente, dejemos las cosas claras, no llamaría miedo a lo que estaba sintiendo, más bien era eso que Burrhus Frederic Skinner llamaba estímulo aversivo. Siendo arrastrado por la mano de Alfa a una habitación donde abundaban mujeres con trajes de smoking y hombres vestidos de punta en blanco, seguramente con lencería fina bajo las telas con estampados de coral, yo como hombre más alto que la media por primera vez en mi vida, me sentía fuera de lugar. Diantres, las espuelas de Alfa pisando y rayando el suelo de madera de vinilo no estaba ayudando a que no fuéramos el centro de las miradas.
Tengo la vista al frente, solo viendo espalda de Alfa mientras avanza, su mecha azul a contraviento. No quisiera centrarme ahora en la multitud y sus miradas de reojo hacia mi cuello porque no llevo una placa de hermafroditus rex, o peor, porque no estoy usando vestido. Keiserin estuvo la noche de ayer media hora explicándome como los constructos sociales de este siglo no son tan opresivos como suenan, que a lo mejor solo había exagerado un poco porque nunca pensó que llegaría a esta situación, que está bien visto si un hombre, en especial soltero, usaba traje en lugar de arrastrar las faldas, creo que también hizo una analogía con las hembras de los pavos reales, pero no presté mucha atención porque Alfa soltó un "joder, te preocupas como si no fuera a estar ahí", y luego creo que discutieron. En mi defensa diré que eran las cuatro de la mañana, y total, Alfa está cumpliendo con su parte del trato.
Llegamos a una mesa del catering sin chocarnos con nadie. El lugar, aparte de elegante, es amplio como un castillo medieval, de hecho, evoca a esa estética. Las paredes son de ladrillo blanco, y hay vidrieras de punta a punta de la sala que permiten el paso de la luz de la luna y las estrellas. Son cerca de las dos de la noche y esta fiesta ni siquiera ha empezado. Las ditas, mujeres despampanantes con el cuerpo de Megan Fox en "Transformers" y vestidas con un catálogo que parece sacado de Armani o Balenciaga, solo están buscando el sitio donde quedarse, hablando con otras que habrán visto en días pasados y comiendo pinchos poco más grandes que sus uñas. Los hombres son más modestos, rostros andróginos a los que no estoy acostumbrado, que me llegan a la altura del hombro por primera vez en mi vida, al lado de sus mujeres o hijas, guardando silencio y con una sonrisa de revista.
Yo estoy congelado en la mesa del catering bajo un hueco algo más oscuro entre las bases de la segunda planta a tres metros sobre mi cabeza y la pared a cinco metros de distancia. Alfa está cruzada de brazos, podría estar rastreando el perímetro con la mirada o echándole una maldición a todos en esa habitación, no tengo forma de saberlo. Tiene la cara de Eminem en la portada de "Curtain call 2", y si tengo que aventurarme a apostar, diré que es la segunda opción. Estamos rodeados de personas que no parecerían fuera de lugar en el vestíbulo de una mansión de lujo, lo sé porque es exactamente lo que está pasando. Todo lleno de gente cómoda en sus atuendos y yo aquí, pensando en lo bien que me caería ahora un piano en la cabeza, para luego salir por la tapa con teclas en todos los dientes como en las caricaturas de la mañana. Pongo una sonrisa por ello para alivianar tensión.
Dado que estamos en un largo momento de espera hasta que llegue la familia principal, y mis nervios se diluyen un poco con Alfa aquí a mí lado, sirviendo vino en una copa cuyo precio seguramente ronda los tres dígitos, aprovecho para describir mejor el lugar. Es un salón de, al menos, catorce veces el tamaño del bar en el que trabajo, con dos pisos de altura y dos puertas, una nos ha servido de entrada y la otra está justo enfrente del final de las escaleras en la planta de arriba. En el lateral derecho las escaleras que llevan hasta la planta de arriba, con colores pálidos que evocan al prestigio del marfil. Toda la planta superior ofrece balcones de interiores para que se disfruten de las vistas del baile. Bajo esta estructura, hay galerías tan anchas como el pasillos en el que trabajo.
Es un lugar precioso, seguro que a mi madre le encantaría, ella siempre decía que le hubiese encantado casarse en una catedral gótica, lo cual me hace pensar que soy la primera y seguramente única persona de mi familia, en toda la historia, que ha estado, o estará, en un lugar de tanto caché como este. Ese pensamiento solapa las conversaciones de las ditas, que en lugar de murmurar como me esperaba, hablan con total confianza, como si esto fuera una despedida de soltero y no un ritual matriarcal para ejercer presión sobre la psique de un hombre indefenso al que han mantenido apartado del mundo por treinta años o más.
Fuera como fuese, allí estaba, con una mesa de mantel blanco a mí espalda que tenía cinco botellas de licores con nombres franceses y alemanes, tres de refresco que apuntaban más hacia los gustos adolescentes, o más simples, de los contados infantes que aquí hay. Luego platos con pan y cosas encima (carne al punto, gambas con mayonesa, atún y tomate, etc). Diantres, Keiserin explicó que los hombres no comen hasta que la familia anfitriona entre a la sala por las escaleras de arriba, pero la tentación es fuerte.
Cuando deja de entrar la burguesía y aristocracia en la sala, entra una banda de siete mujeres en escena, visten como maestros de ceremonias, y exceptuando a una que lleva batuta, las seis restantes cargan violines y partituras. Keiserin me habló de ellas, se llaman "Las musas entre violines", ditas de guantes blancos de seda, no como los duros de Keiserin, que cobran ocho veces más que ella por tocar piezas de Ginette Neveu y otros artistas. Serán el coro de apertura y fondo durante la primera parte de esta noche. Caminaban en total sincronía, sus mocasines de marca generan silencio por donde cruzan.
— Míralas — me susurra Alfa, preparando ya una sonrisa afilada. — Caminan vestidas como si escondieran el secreto de Victoria en las bragas.
Solo me quedo mirándola y ella me frunce el ceño.
— Victoria Secret es una marca de lencería y ropa interior, y ellas caminan extraño — me explica a regañadientes. — Ese es el chiste, policía de la diversión, ¿Entendiste?
— Muy bueno — digo con la sonrisa menos estúpida que puedo ponerle.
Entonces empieza el riff de cuerdas finas, es solo una nota suelta, una pasada con el arco en un equilibrio perfecto entre pulgar y el resto de dedos. Las voces van al unísono mientras la dirigente de orquesta toma su posición, alzando ambas manos. Las lámparas con forma de antorcha se apagan para solo permitir los brillos naturales de la noche, y una luz enfoca directamente la puerta por la que entrará la familia Cervantes.
Alfa pone cara de asco y hace rodar los ojos, supongo que bajo su criterio cualquier música que no insulte de manera creativa a alguien no es buena, pero yo, ollente acostumbrado de música pop y bandas sonoras de películas, puedo decir que fue una experiencia maravillosa, una cena entre violines. Creo que había una escena de "El Silencio de los Corderos" que era como esto, pero si no es el caso, definitivamente es como esa escena de "Un ángel cayó sobre Sodoma y Gomorra", cuando Hana baila junto a su padre después de haber matado con una lamparita de noche al hombre que intentó violarla. Que buena escena, hice un ensayo sobre ella a los 17.
En la parte más grave de la canción, que sonaba como "Chausson Poeme", las puertas de arriba que dan la entrada a la familia Cervantes se abren de par en par, y todos ellos entran en filas con un andar de pasarela. Quiero aclarar que ya los conocía, Keiserin me mostró fotos para que no hubiera sorpresas, pero puedo asegurar que entre la imagen y la persona, muchas cosas cambian.
A la cabeza iba Diestra Cervantes, y perdonen mi expresión pero que mujer, joder, pero que mujer. Tiene que ser 20 centímetros más alta que Laura Gil, y tiene un cuerpazo que puede dar algo, la musculatura de Tyson en su prime y unas curvas tan detalladas como un circuito de motocross.
— Apaga esa lujuria de tu mente, Romeo — Alfa me pega tal codazo en el costado que podría haberme tirado al suelo. — Te recuerdo que le mide como la mitad de tu pierna.
Prefiero dejar esos comentarios aparte, centro mi vista ahora en la hija predilecta, no voy a negarlo, también es bonita. Ojos verdes, pelo marrón, del color de la madera del álamo negro, y si, también voy a destacar su altura, metro setenta y tres si mi memoria fotográfica no la aleja mucho de las chicas que veo en mi universidad.
Detrás de ellas, ocultos, casi como si necesitasen ser protegidos, estaban Luna y Julieta. Lo cierto es que no se discernir quien es quien, se parecen muchísimo. Keiserin me mataría si le digo que son iguales. No es raro que los hijos se parezcan a los padres, pero generalmente se tiene el sesgo de que tienen más parecido con la madre. A mí siempre me decían que me parecía más a mi madre que a mi padre, supongo que en este mundo es al revés, y supongo que eso también es algún tipo de deshonra.
— Doy la bienvenida a esta residencia a caras nuevas y ya conocidas — dice Diestra, se le escucha perfectamente sin necesidad de que alce la voz. — Disfrutemos de esta noche, del baile y la música, en honor a mi primogénito y por su futuro al coronarse como cabeza de esta casa.
Hay aplausos, elegantes, tranquilos, nada de vítores. Alfa tiene cara de que va a ponerse a bostezar en cualquier momento, y miro el perímetro asegurándome de que nadie vaya a estar pendiente de esa falta de respeto. Afortunadamente, Julieta da tres pasos al frente y llama la atención hacia su persona, la luz tibia de la noche contra su cuerpo pequeño y pálido, realmente parecía una joven que cumple los 19 mañana en lugar de un tío de 40.
— Estoy muy agradecido de que todas hayan podido venir para contentar el corazón de un insignificante hombre como yo — hace una reverencia que casi le pone en noventa grados. Escucho a Alfa chistar, diciendo entre dientes algo como: "Kei tiene estándares muy bajos", pero todo es tapado por nuevos aplausos.
Tres miembros de la familia anfitriona se van, la única que permanece asomada a lo que llamaré el palco de las escaleras es Alhambra. Keiserin me explicó esto, ella es la única que se queda para ver cómo son las posibles candidatas a casarse con su hermano, ya que esta casa no tiene guardias de seguridad por razones que no se me han explicado, ella pone todo en orden. Su brazo es del tamaño de mi pierna, así que están en su derecho de hacer lo que les dé la gana en su casa. Diestra estará ausente para evitar un "efecto observador", supongo que lo mismo aplica para el padre, y Julieta, en teoría, bajará dentro de una hora, pero si todo va bien, dentro de una hora Alfa, Keiserin, él y yo estaremos muy tranquilos en el bar de Aarón. Suspiro, este plan tiene agujeros en cada maldito detalle.
Alfa también suspira y vuelve a llenarse la copa, no me preguntes cuando se la había terminado. Yo supongo que ya puedo comer porque veo a varios hombres alejándose de sus mujeres e hijas en dirección a mesas un poco más bajitas que parecen preparadas especialmente para ellos, pero lo que llamaré una especie de sexto sentido por no llamarlo paranoia interna, me hace girar de reojo para ver cómo Alhambra ya tiene su mirada clavada en mí. Me gustaría decir que solo exagero pero si a mí a veces se me da mal disimular, a ella se le da peor. Tiene las dos plantas de las manos apoyadas en la barandilla y el cuerpo echado hacia delante con los ojos entrecerrados mirando directamente a mi perfil, como si yo fuera una fecha mal escrita que trataba de discernir para que encaje en su cronología.
— Si esto sale mal, esa perra te va a dejar el culo como una fuente para patos — dice Alfa que me envuelve totalmente con su brazo por el cuello y me aparta de la mesa.
— No seas tan vulgar — le digo en un susurro que es tapado por las altas conversaciones que vuelven a tener lugar.
— Y tú se un poco más percatado, Jai — me arrastra todavía más, pasamos entre aristócratas con trajes de tres piezas y blusas de tonalidades pastel. — ¿A cuantos hombres estás viendo comer en la misma mesa que las perras estas?
Santo cielo, que fallo más estúpido. Alfa tiene razón, una vez la tertulia comienza, ditas y hombres se separan. No es que las mesas pequeñas estén pensadas para ellos, son de ellos y las mujeres menores de 18 que parece haber por aquí, que no son precisamente pocas. Creo que Keiserin me comentó algo de esto, de que ellas terminaban la universidad con 16 y ellos con 22, ¿Puede ser?
— Dime qué te pasa — Alfa suelta su agarre, pero aún camina junto a mi hacia esas mesas para hombres que por poco se esconden en lugares de poca iluminación.
— ¿No podías leer mentes?
— Yo no leo la mente, idiota — me dice entre dientes, como si mi iqu no llegase a dos dígitos por pensar lo contrario. — Yo manipulo ondas electromagnéticas y eso me hace tener una idea de lo que sientes por la electricidad que trasmiten tus neuronas, también puedo golpear eso sí me lo propongo, pero romper un ladrillo no te da la capacidad de hablar con la pared.
Me voy a morder la lengua y a evitar decirle que eso podría haberlo explicado antes, fue mi error asumir que Alfa daría explicaciones antes de hacer cualquier cosa.
Me detiene de ambos hombros, sus ojos cafe con lentillas celestes taladrando hasta lo más profundo de mis traumas. — ¿Eso de que no podías experimentar el miedo era mentira?
Mis ojos se desvían por timidez, algunos hombres están apartando la mirada lo más rápido que pueden, aunque si que noto las miradas de reojo de un par de ditas que dejan de hablar de cuantas cafeteras tienen para observarnos. "Muy bien, tendré que seguir en mi papel de hombre débil", pienso como si alguna vez hubiese matado un dragón. — Me diagnosticó un profesional, no voy por ahí inventándome que tengo enfermedades — medio susurro, medio gruño. — Esto es, simplemente, no se gestionar mis emociones en situaciones de estrés, ¿De acuerdo? Solo dame un momento para que se me pase.
Alfa asiente, ella tiene cara de saber cuál es el origen del miedo, diría más, tiene cara de que sabe exactamente lo que se siente cuando le aplastas la cabeza con un bate a una mujer mientras haces un sample con sus gritos. Creo que también está viendo como en las conversaciones a nuestro alrededor bajan su tono para estar pendientes de los dos nuevos y el numerito que parecen estar montando. — Fack, pues quédate aquí y deja de ser una molestia, ¿Entendiste? — Alfa señala el suelo, una actuación genuina, casi no se nota que odiar las cosas es un 15% de su personalidad, junto al otro 35% de instintos asesinos y el 50% de sarcasmo restante.
Una dita a mi derecha hace la rotación de ojos más perfecta que he discernido en mi vida, y conforme camino a la mesa, los hombres se apartan disimuladamente, como si fuera ilegal para ellos tener malos modales. Caminan seguros, algunos recogen sus faldas, otros se ajustan la pajarita y el tercero empezando por mi izquierda directamente se a girado y se ha ido a buscar a su esposa, como si no fuese seguro estar cerca de mí. Me gustaría decir que exagero, pero en un perímetro de metro y medio no hay absolutamente nadie a mí alrededor, la mesa solo mide dos metros y todos allí se concentran en la otra esquina. Parece que se están dedicando a hablar de costuras, el estreno de prendas (guantes y corbata), y hay uno que simplemente está comiendo como si supiese que no puede engordar.
"¿Debería hacer algo para romper el hielo?", pienso. Keiserin me dijo que solo necesitaba esperar, que Alhambra sería quien viniese sola. Dado que no la veo en la planta de arriba, solo se me ocurren dos cosas, o está viniendo hacia aquí y no la veo entre la multitud, o simplemente he sido un fenómeno raro al que no ha dado importancia.
Tomo un vaso de la mesa, supongo que los hombres no merecen copas de lujo. En la mesa hay sandwiches y dulces, hay botellas de alcohol, pero de baja graduación, como dice mi padre: "me puedo emborrachar más con el agua de los floreros". Además, ¿Que clases de marcás son éstas? "Santa Miguila", "la estrella de Galatea", y más nombres que suenan a marca blanca.
Tomo al de una marca que parece soda, supongo que no me hará daño. Oye, está bueno, es una cascada de burbujas que mezcla la soda con el refresco, maravilloso. Así, mientras lo tomo, pongo la oreja en las conversaciones cercanas, dos ditas (smoking gris y pantalones de mezclilla una, la otra traje de seda fina con tonos coral y vaqueros a juego), comentan algo sobre política.
— No, no me parece bien que se quiera abolir la ley de educación masculina, no puedes poner a esos inútiles a limpiar la casa desde los 10 años — gruñe con la molestia de alguien que lo ha intentado. — Pero joder, ¿Por qué se les deja votar? Nosotras sabemos lo que es mejor para ellos y solo les estamos quitando responsabilidades.
— Si, el NCV es una estupidez — afirma la otra con la seguridad de quien conoce cada rama del espectro político. — Solo está lleno de buenistas y capitanas salvaputas, ¿Si estalla una guerra a quien vamos a mandar al frente, a los hombres y las mujeres de segunda? Por favor, si nosotras garantizamos la protección, es evidente que nosotras deberíamos garantizar quien elige esa protección.
Supremacistas de bodas, nunca faltan de esos. Regreso a la mesa, las ditas ya me están ignorando demasiado y la canción de violín ha cambiado, ahora van con algo que suena como Vivaldi, perfecto para bajar mi tensión ahora que se que los hombres conservan sus derechos básicos, supongo. Diantres, como me gustaría tener la confianza de Alfa, Keiserin me va a deber un favor muy grande por esto.
— Disculpa — dice una voz de tono afeminado a mí espalda.
Giro el cuello lo suficiente, es la primera vez que tengo que mirar hacia abajo para ver a alguien, no lo voy a negar, me siento muy poderoso por esa tontería. Es un hombre, mini-smoking y rasgos finos, collar al cuello con una placa que parece fijada con alicates, pelo castaño, cara de buenas intenciones (tal vez de vergüenza) y un bolso de Louis Vuitton colgando de un brazo que supongo que en este mundo se llamará "Luisa la botones" o algo así. Por su acento puedo discernir que tiene algo de japonés, pero su cara no presenta ojos rasgados. Si reconozco ese acento es por la manía del país de apelar a una cultura japonesa en nuestro nacionalismo, cuando en realidad tenemos tanto de japoneses como Las Filipinas de españolas, quiero decir, hay algo, pero no tanto como parece.
— ¿Si?, en que puedo ayudarte — pregunto ajustándome la corbata que ya estaba ajustada.
— No, más bien, soy yo quien viene a ayudarte — se acerca más a mí como si fuera a revelarme un secreto, noto la placa en su cuello está escrita en hiragana. — ¿Se te ha olvidado el collar de matrimonio? — Solo pestañeo. — Un minuto, a mí hijo le pasa todo el tiempo, tengo aquí uno que ajusta los apellidos en cualquier idioma, ya sabes, tecnología y todo eso.
— No, espera — digo cuando veo que ya tiene la mano en el bolso, también viene con guantes que parecen hechos con ganchillo. — Yo no estoy casado.
— O, es que antes vi — Su mirada voltea hacia la multitud, supongo que busca a Alfa.
— Es mi madre — digo mirando en la misma dirección que él, no hay rastro de ella entre todas las espaldas de mujeres gigantes con ropa de gala. Voy a rematar esta mentira por si no queda creíble. — Desde que lo dejó con mi padre no ha vuelto a ser la misma.
— Ah, no — murmura él. — ¿De que murió?
— No está muerto, él... — matizo ese artículo para levantar ampollas cuando mi vista en refilón se dirige a la multitud, que no son pocas las que nos están prestando atención. — Él se divorció, acusó a mi madre de malos tratos y ganó.
No diré que era el centro de atención, porque no lo era, pero le saque la sonrisa a tres ditas que puedo suponer que pensaron que todo mi linaje materno estaba lleno de perdedoras. La mujer de tonos corales de antes alzó una ceja y se fue con su martini a otra mesa, muy probablemente pensando: "a esto ha llegado la sociedad, un golpe y ya todo es divorcio y no hacerse cargo del crío que ha parido".
Hablarían, eso interesaba, si mi apariencia no llamaba la atención de Alambra, lo harían los rumores. No me preguntes cuál es mi plan para huir de ella una vez consiga que se acerque, no soy de pensar mucho en el futuro temprano cuando tengo azúcar en la sangre. El hombre a mi lado desvía la mirada, pobre, él no tiene culpa de nada de esto y parece que mis proyecciones de traumas están arruinando su buena intención.
— Supongo que por eso soy tan horrible, me hicieron sin amor — digo moviendo el hielo de mi vaso, cómo amo ese sonido. — Perdón, lamentos y mis traumas de la infancia solapan tus buenas intenciones.
— No, la culpa es mía, no tendría que haber asumido cosas de ti solo por tu aspecto — dice él haciendo una reverencia.
— Es lo más bonito que han hecho por mí en mucho tiempo — le extiendo mi mano. — Jennifer Hermoso, un placer.
Un nombre falso de primera, muy común como fue común llamar Iniesta a los niños después del mundial 2010 que España ganó mientras en Las Palmas de Santa Catalina lo celebrábamos como si fuese nuestro.
— Risato Mizushino, el placer es mío — me apartó delicadamente la mano y me dio un falso beso en la mejilla. Fallo mío el pensar que los hombres aquí hacían un saludo de hombres y no un beso de mujer.
Que situación más incómoda, no estoy acostumbrado a los saludos con contacto físico, con mis amistades no lo hago así, más que nada porque tengo tres amigos, y uno es mi jefe. Para solucionar esto, mis pies vuelven hacia el catering, agarro una tostada de jamón con queso crema, y antes de tomarla pregunto.
— ¿Qué tal la noche? ¿Vienes a bailar algo?
— No, que va — lleva las manos al regazo, los dedos entrelazándose entre lana y glamour. — He venido a acompañar a mi hija y mi marido — señala cerca de la pista, una chica de, como mucho, diecisiete años, estaba mirando con odio a cada persona que respiraba a más de 30 centímetros de ella, tenía pinta de que prefería estar durmiendo o yendo a la escuela por la tarde que estando aquí. Mientras, una mujer con traje de negocios con gemelos de plata y cabello muy negro hasta el final de la espalda, parlotea con otras ditas que parecían dominar de gráficas y estadísticas.
— Espera, ¿Has dicho marido? — pregunto después de dar un bocado.
— Oh, cierto, vosotros aún no cambiáis los roles de género y usáis el masculino genérico — se corrige. — Es mi mujer, si, viene a probar suerte y a ver si Julieta Cervantes se interesa por Yui, nuestra pequeña hija. Es fuerte, segura y de carácter, nuestro hijo podría aprender algo de ella — miró con algo de pena hacia un rincón aún más lejano, donde chavales hablaban de cosas y parecían estar intercambiando cromos... En una fiesta de gala, bueno, no es mi mundo, no opino.
— ¿Habéis venido de Japón sólo con ese objetivo? - pregunto.
— ¿Ah? ¿Cómo sabes que soy de Japón? — se sorprende como si hubiera leído el futuro solo mirando su test de iqu.
— Por el apellido que me acabas de decir y por la escritura en tu collar — señalo con una sonrisa, Keiserin tenía razón, estos hombres son un poco torpes.
— Ah, ya, cierto, mil disculpas — parece genuinamente arrepentido, como si pensara que le voy a pegar una bofetada por equivocarse. — Siempre he sido un poco torpe, en la empresa donde trabajaba me relegaron a sirvienta de los cafés porque siempre me equivocaba con las fotocopias, si no fuera por esto — señala su collar — creo que me estaría pudriendo en una esquina. Casarme fue maravilloso, y estoy seguro de que si levantas el interés de cualquier mujer aquí, pensarás lo mismo.
No necesito una licencia en psicología para saber que la sonrisa que me está dando es totalmente falsa, tampoco me aventuraría a decir que es síndrome de Estocolmo, pero no se siente genuino.
— No lo sé, ya tengo 19 años — muevo los hielos con dramatismo sabiendo que alguien de mi edad ya tendría que llevar dos años casado y con un hijo en camino en este mundo. — Mírame, parezco un rapero de 8 millas que pasa las horas fumando en un bar.
— No te preocupes, las mujeres siempre son estrictas con sus decisiones porque siempre tenemos algo que aprender — me rebate él. — Mi hijo, Chiro, solo es bueno cocinando, y no encontró mujer que le quisiera hasta los 20, pero ahora es una feliz reina del hogar, y su mujer hasta le deja tener sus colecciones de cromos y su propia ropa, mira que feliz es.
Si, parece divertirse, creo que están jugando a algo de realidad virtual escaneando un código QR que viene detrás de los cromos. — No se si es la vida que quiero, Risato.
La cara que pone parece de preocupación mientras yo sigo moviendo los hielos. A lo mejor me he pasado de bocazas, porque noto como prefiere mirarme por encima del hombro.
— ¡Joder, este baile me está dando sueño, papá! — grita una voz aguda que casi me saca el tímpano.
Giro a ver y sea quien sea, se adelanta dos pasos, su hombro y pechos hacen que me tambalee, y el contenido de mi vaso va a parar a su ropa. Cuando consigo estabilizarme sin que mi culo tumbe la mesa en el proceso, siento como si hubiese sido empujado por un jugador de fútbol americano.
Era Yui, la hija de aquí el amigo, también sostiene media copa de lo que creo que es champán. Por la sonrisa que pone antes de mirarse a si misma enfadada, he de suponer que solo quería generar escándalo. Los violines son lo único que suena cuando varias ditas giran a ver qué ocurre y los hombres disimuladamente se esconden detrás de sus faldas, algunos hacen eso literalmente. Yui clava sus ojos en mí, diantres, si me expulsan del baile por esto realizar el plan de Keiserin será imposible.
— Hijo, de, puta — lo dice tan lento que casi lo deletrea, pero habla muy bien español para tener solo 17 años. — ¿Acabas de ensuciarme el traje?
Aunque no le miro, puedo escuchar a Risato retrocediendo, no le culpo, yo tampoco me encararía con mi hija y su cuerpo de boxeadora para defender a un hombre que acabo de conocer. Bien, ¿Qué hago ahora exactamente? No lo sé, y todo tiempo que tardo en responder solo causa más furia en la niña. Alfa, si lees mi mente, o notas mis neuronas, o lo que sea, me vendría muy bien tu presencia, creo, también creo que lo vas a empeorar todo. Perdón, soy una máquina de contradicciones.
— Yo, eee... — si digo "tu te chocaste", estoy muerto.
Es un movimiento tan rápido que apenas lo noto, pero su mano derecha me atrapa del nudo de la corbata, esos 5 centímetros que me saca se sienten ahora como 5 kilómetros. — Reflexiona bien tus disculpas, puto ridículo, porque este traje vale más que tu persona entera.
— Lo lamento, no miraba por donde iba — tira de mi corbata más hacia abajo, creo que va a desgarrar la tela y yo ya estoy de rodillas.
— No veo que tu cara muestre el miedo propio del arrepentimiento, ¿Estás jugando con mi paciencia? — no va a ser el momento para explicarle que mi rostro no tiene la función de terror programada. — ¿O que, que te someta así te gusta, marimacho?
Estoy mirando a la multitud, algunas ditas parecen deleitarse con algo de sufrimiento ajeno, otras solo tienen cara de estar pensando "otro día en la oficina", y yo solo me centro en la madre de esta zopenca que está cruzada de brazos y sintiéndose orgullosa de su futura empresaria amargada con el mundo.
— ¿Cuál es el puto problema aquí? — dice una voz que aparta dos ditas como Terminator aparta criminales. Mi salvadora, la mujer de pelo negro y mecha medio verde, medio celeste (según le dé la luz), Alfa Hatsune.
Yui echa una mirada a su madre, y ella le mira con un "vas a dejar que te hablen así". Luego mira la entrepierna de Alfa, para asegurarse de que lucha contra alguien de su estatus, porque el honor le importa ahora que va contra alguien que si puede defenderse.
— ¿Tú quien eres? — pregunta meneando el líquido de su copa en una espiral perfecta, no, aún no me has soltado el cuello.
— Su madre, ¿Y tú qué le haces a mi hijo?
— Lo que me de la gana, ha cometido un agravio contra mi persona y con la ley en la mano te puedo decir que tengo derecho a devolverle el doble de daño — la sonrisa de esta niña solo la he visto en decanos cuando me cobran el dinero de la matrícula universitaria.
— Hazlo — le reta Alfa.
Ya se cómo va a terminar esto en el momento que percibo a una mover su copa y a otra fruncir el ceño como si fuese a morder a un hombre lagarto. Termino empapado en el pecho de champán, empujado al suelo y escuchando las espuelas de Alfa acercarse para liberar el bate con un movimiento fluido de brazo. 20 minutos, eso es exactamente lo que hemos tardado en mantener en orden la misión que nos encargó Keiserin.
— Al tirarlo al suelo estáis en paz, no hace falta otra copa — zapatazos dan con fuerza en el suelo con más autoridad que el título que cargan, y sostienen un cuerpo de 1'73 metros de músculo. — Así se cumple la ley en esta casa, ¿Queda claro?
Alhambra, la única que faltaba, verla desde tan cerca y desde el suelo hace que verdaderamente parezca que contemplo un edificio con piernas cubiertas con lana Barathea y traje aguamarina. Estoy seguro de que tiene una tableta que puede romper acero.
La cara de Yui parece que va a matar a alguien, y la cara de Alfa es porque va a matar a alguien, pero Alhambra media entre las dos como un carcelero al que nadie puede tocar. Yui va a soltar alguna perla, pero su madre le cae con un manotazo en la boca, dejándola más cerrada que el cepo de un oso.
— Yuna Mizushino, Cervantes-sama — se presenta la madre con una sonrisa de arpía que da un perfil psicológico de alguien que ha hecho esto más veces. — La cosa ya se ha solucionado, y como persona que desea justicia, en nombre de mi hija, doy por concluido el show.
— Pues yo no — Alfa da un zapatazo y las espuelas resuenan. Alhambra la mira la entrepierna y parece notar un bulto, no sé si Alfa lleva alguna prótesis de algún tipo, no pregunté, pero es suficiente para que le mire a los ojos cual si fuera una petición formal. — Mira el vaso que derramó mi hijo, y la copa que le han derramado a él. Su vaso tenía hielo, por ende la cantidad de líquido en relación al volumen era menor, y le han tirado el doble, eso saldaba la deuda. — Alfa se da un puñetazo en su propia palma. — El empujón ha estado de más, así que gusto de igualar la balanza — puedo notar perfectamente como Alfa tritura un "con esa perra" entre sus dientes.
Admiro sus dotes para imponer respeto, pero se está pasando, si las ditas son solo la mitad de fuertes de lo que son los guantes de Keiserin, y por lo que puedo discernir a simple vista, lo son, una pelea contra madre e hija es lo que menos nos interesa, porque yo a duras penas se correr.
— ¿Estás sugiriendo que quieres empujar a mi hija? — Yuna alza una ceja, una forma sutil de llamarla inútil, como si Alfa se fuese a romper los brazos de solo intentarlo.
Antes de que Alfa vaya a poner esa teoría a prueba, Alhambra da otro paso, todos se detienen. Después va otro, y otro más, lentos, como de pasarela, pero cargados de respeto, hasta que la tengo delante, sus ojos analizando mi ropa estropeada y el vaso en mi mano con unos hielos que se derriten como si no quisieran estar aquí.
— No se empezará una pelea en este baile — dice Alhambra — y del traje arruinado me encargo yo.
Yuna pone una sonrisa, que la segunda al mando de la casa se ocupe del traje de su hija es un gran honor, supongo, salvo que no se refiere al traje de su hija. Alhambra me toma de un brazo y me incorpora con la habilidad de quien ya ha levantado hombres torpes antes. Su mano toma mi antebrazo y no lo suelta, mientras con la restante, saca la cartera del bolsillo y la tira a los pies de Yuna.
— Sírvete — comenta. Luego gira hacia Alfa. — Me lo llevaré, le cambiaré, y te lo traeré como nuevo.
Sin dar más explicaciones, nos vamos hacia las escaleras. Vaya, esto es peor que cuando vi a la guitarrista suicida, al menos ahí sabía que me tocaba limpiar, ahora no se que puede pasarme. Alfa está igual de confundida, pero quién si tiene la cara hecha un cuadro es Yuna, algo me dice que esta es la primera y última vez que va a interactuar con un miembro de la familia Cervantes.
***
Pensé que Alhambra me arrancaría el brazo si me quedaba quieto, pero cuando la puerta se cerró tras nosotros y quedamos a solas en esos largos pasillos de paredes tapizadas y suelos de moqueta con alfombras, me soltó y suspiró.
— Es la tercera noche que molesta a alguien — dice mirando al frente. — Ya han conseguido llamar mi atención, a ver si ahora entienden el mensaje y no vuelven más.
Así que todo era un truco, puede que hasta el numerito del padre preocupado fuese una actuación. Bien, ¿Ahora que se supone que va a pasar? Miro de reojo a Alhambra con el temor de una paloma atrapada en una caja de Skinner.
— ¿Cómo te llamas? — me pregunta, aún sin mirarme.
— Jennifer Hermoso — miento.
— ¿Lo del divorcio era mentira, cierto? — su mirada sin emociones no le afecta a mi cuerpo sin miedo. — Un divorcio así sería noticia, y créeme, me habría enterado.
No tengo forma de mentirle, no voy a ganarle en un concurso de geopolítica de género nacional en su propio tablero, así que sacaré otro tema disimuladamente.
— No, no es mentira, mis padres si están divorciados — digo sin ningún resquicio de temor sabiendo que es cierto, porque no estoy hablando de Alfa. — Pero el divorcio no se dio en este país, por eso no sabes nada, y yo no gano nada mintiendo, por eso sabes que digo la verdad.
— México — dice ella sin titubear. — Reconocí el acento de tu madre, y allí cambia mucho la ley según las zonas, me sé de historias de mujeres arruinadas por hombres aprovechados y la puta manutención, ¿O me equivoco?
Escucharla decir un insulto por primera vez en la noche hizo que afirmase con la cabeza por automático.
— Tu madre es una mujer hecha y derecha si ha decidido continuar aún con la carga que supones — no se que decir al respecto, desearía tener un vaso que enjaguar. — No va a casarse con mi hermano, mi madre no quiere mujeres con hijos. Pensé que ese mandamiento estaba reservado solo para viudas, pero ya veo que divorciadas internacionales también acuden a buscar un vacío legal. — Se gira en un perfil perfecto, mirando el estropicio empapado que llevo puesto, y su cara pasa de indiferencia a comprensión, espero. — No te preocupes, no tienes culpa de que la biología sea cruel. Sígueme, mi hermano tiene ropa de sobra para prestar por las molestias, nos regalarán más por la dote cuando se case.
La seguridad con la que suelta barbaridades por la boca me preocupa, pero he conseguido exactamente lo que Keiserin quería, ahora solo tengo que mantener la media hora ocupada y poner después una excusa tonta para regresar con Alfa, supongo que algo como; "mi madre me va a pegar si no regreso", servirá, si no, pues tendré que poner a prueba eso de correr a duras penas.
***
La sala circular a la que llegamos es preciosa, es exactamente como me imaginaba las alcazabas que se contaban en ese libro que se hizo tan popular cuando pasaba la adolescencia, "Neithan: el quinto jerarca". Paredes con un morado propio de vidrieras antiguas, un ventanal de latón y cristal templado que daba a un balcón para contemplar la noche, y hoy, la luna en cuarto creciente. La cama es de madera tallada, con intrincadas formas arabescas y un edredón aterciopelado que cae en pliegues suaves de oro, cuatro patas robustas sobre un suelo de falsos adoquines cuyo relieve es solo un juego de sombras. Lo que daría por vivir aquí y no en un apartamento que parece el set de una sitcom.
El resto de cosas que no son decoración, es una estantería con libros de oficina y un armario empotrado de dos puertas correderas con mucha, mucha ropa, perfectamente se puede decir que hay otra habitación ahí dentro. Acabo de notar que es imposible que esta sea la habitación de su hermano, porque Keiserin me dijo que le gustaba tocar la guitarra en una esquina hasta dormirse, y aquí no veo ni guitarra ni esquinas.
Ella está tranquila, su traje impoluto marcando sus músculos cuando abren la puerta, como si pesaran, seguramente lo hacen. Su apariencia no es solo genética, vive de echarle horas al gimnasio, y sus nudillos marcados en rojo me dicen que también golpea cosas y golpea bien. Con esa misma mano rompe-narices, saca una percha que parecía esconderse en una tercera fila, de ella cuelga un vestido que hubiera fascinado a mi madre en su graduación; negro noche con estampado de estrellas, escote moderado y abierto en la espalda, muy grande para mí, seguramente.
— Llevaba esto a los 19 cuando terminé la universidad — parece mirarlo nostálgica. — Puedes usarlo, es elegante y no te pisarás los pliegues al bailar.
O, si, estoy en su habitación, y acaba de regalarme el vestido más precioso que tiene, y de mi talla. Total, creo que me he quejado poco de lo mal que hemos planeado esto. Joder.
Pongo cara de circunstancias y tomo aire, frotándome una manga a falta de vasos. — No voy a ponerme eso — intento no sonar muy brusco, supongo que funciona porque ella mantiene su cara de póquer y vuelve a mirar su vestido.
— ¿Por qué no? Combina con tus ojos.
Está mintiendo y se está esforzando por no mostrarlo, lo sé porque es exactamente lo que estoy haciendo yo. Suspiro. — No uso vestidos. Y no es por un trauma familiar, ni por inseguridades, ni por protesta, yo, simplemente, no uso vestidos.
Pestañea, lento, como si fuera la primera vez que un hombre le niega algo, posiblemente lo sea. — Puedo obligarte a ponértelo — afirma.
— Puedes, y yo puedo saltar por ese balcón si lo intentas — le suelto, porque bajo presión mi moderación no funciona.
Alhambra mira al ventanal, está cerrado, y por motivos evidentes, no voy a poder romper el cristal ni el latón con un impacto de mi cuerpo. — Te atraparía antes de que llegases.
— No creo, corro muy rápido — digo cruzando mis brazos a la espalda.
Alhambra sonríe, seguramente la primera sonrisa que le veo poner en la noche. Vuelve a dejar el vestido y, ahora sí, saca un traje más elegante. Está algo gastado y arrugado, complementado por un chaleco verde en lugar de una chaqueta, la casaca y la camisa me iban a quedar demasiado grandes y no había pantalones a la vista. — Este traje es el traje de mi confirmación, te puede servir.
Antes de entregármelo, coloca la percha contra mi hombro, como si fuese su maniquí de pruebas. Solo me iba a quedar algo largo en los puños, pero se podrían recoger. Asiente satisfecha y deja camisa y chaleco sobre la cama. Luego me vuelve a mirar. Debemos ser los humanos con menos chispa social en un rango de 10 kilómetros.
— El traje no es mágico, no se va a poner solo sobre ti — Alhambra se cruza los brazos y yo ya puedo notar mi color tomate maduro.
— Te vas a quedar aquí... ¿Mirando? — pregunto.
— No creo que tengas nada que ocultarme, estás en mi casa, después de todo — hace un ademán hacia si. — Yo soy quien te está ofreciendo un lugar privado y ropa limpia, así que, adelante, cámbiate.
Sospecha algo, no se el que, pero sospecha algo. No es solo este atentado contra mi privacidad, es su forma de moverse, esos pies en compás con unas rodillas a punto de flexionarse, los nudillos casi tensos como Alfa cuando le mete puñetazos a la barra del bar, y está arrugando la frente un poco cada segundo que tardo en tomar la ropa. Total, de algo hay que morirse.
Me desabrocho los botones, dedos torpes por todo el tiempo que he estado sin usar traje. Me quito la chaqueta, esto tendría que haberlo echo primero, al estirar los brazos dejo el pecho al descubierto, cuerpo tan promedio que soy la definición de "imagen PNG". Al no ver otro sitio donde dejar la ropa voy a dejar la chaqueta en su cama, y entonces, su mano derecha palpa mi pectoral. Noto su manicura en mi piel y luego aprieta tocando mis costillas, duele como si me estuvieran revisando los pulmones a martillazos. Simplemente estoy quieto, congelado mirando el cabecero de la cama y pensando en lo feliz que era hace 12 horas cuando simplemente estaba averiguando cómo gracias a las ditas el catolicismo aumentó hasta ser la religión principal en Japón. Alhambra finalmente considera que me ha manoseado suficiente y regresa a su pose de estatua griega.
"Alfa no me va a escuchar gritar desde aquí", pienso mientras me da por recordar esa analogía de la fuente de patos que ha dicho antes. — Me siento muy violado — es lo único que puedo decir, sin moverme aún.
— De verdad eres hombre — alza una ceja durante un segundo como si hubiese descubierto América.
Si fuera Alfa, diría algo como: "y entre las piernas tengo algo que te lo dejará más claro", pero se que ella también, y no quiero pensar en esto. — Si — respondo.
Se da la vuelta y empieza a caminar hacia el ventanal, supongo que esa es toda la privacidad que va a darme, y por supuesto, ni un mísero intento de disculpa. — He oído hablar de los casos como tú, hombres similares a esos que se extinguieron en el siglo 21 — queda mirando al frente, hacia las estrellas, con los puños en los riñones. — Así que tu eres uno de los 5.000 casos registrados a nivel mundial, que interesante.
Con la camiseta quitada y ya sin sentir el líquido en mi pecho, la doblo de la mejor forma que se sobre la cama. Mientras tomo la otra y me la pongo, noto la tela fina en la piel, es fresca y se escucha de esa forma en la que se escucha la ropa cara.
— ¿Cómo fue tu vida hasta llegar aquí? — pregunta con la vista clavada en la luna. — Supongo que sufriste mucho acoso por parte de tus superiores.
"Superiores", si, Darwinismo social y paternalismo, lo que le faltaba a esta noche. — No se si lo llamaría acoso — digo tirando de los pliegues del chaleco para alisarlo. — Los chicos se juntaban conmigo porque era el raro que siempre tenía un dato de psicología que soltar, y las chicas me usaban como burla, "Ahí viene Jaime, la última en llegar a clase se tiene que casar con él".
— ¿Jaime? — Alhambra me enseña su perfil afilado a la velocidad de un aspaviento. No me preocupo, esto también es parte de mi plan.
— Si, la versión españolizada de "James", por William James, mi filósofo favorito, no se si te...
— Autor de la "Voluntad de creer" — me corta ella.
— Correcto — asiento. — Pasé una crisis de fé muy grande en mi adolescencia.
— Adivinaré — suspira y se gira, pasos firmes sobre el falso suelo de piedra, esta mujer camina como si la evaluasen cada paso. — Pasaste los 14 años y te diste cuenta de que en tres años alguien debería casarse contigo, pero por ser quien eres y por tu situación familiar, solo asumiste que el mundo seguiría girando independientemente de lo que tu pensases al respecto.
Wow, no ha estado ni cerca, pero en un futuro tengo que dedicarme a escuchar traumas de pacientes y buscar lo mejor para ellos, así que aprovecharé esta proyectada para intentar conectar más con ella, no creo que consiga nada, pero ganaré algo de tiempo. Asiento. — Esa es la verdad, acéptala o márchese sin ella — digo citando a James, ¿Eso que veo es una sonrisa en su cara?
— Yo admiro a los hombres que eran como tú — se dirige en dos pasos a su estante con libros. — Mira, este libro es uno de mis favoritos a pesar de que lo escribió un hombre.
Lo saca a presión con un dedo que hace de palanca, parece que arrancase un molusco de un barco, y lo atrapa al vuelo con la otra mano con unos reflejos que desearía tener. Me enseña la portada con un giro de muñeca, pone "Sin novedades en el frente". — Leerlo, hacia que me imaginase hombres cómo tú... Más altos. — (comentario super necesario que da tras sopesarlo un rato). — habla de todo: realismo bélico, la importancia de la empatía antes de la batalla y el sinsentido de la guerra.
No puedo evitar notar que está hablando en términos genéricos y repitiéndose porque cree que soy demasiado estúpido como para seguirle el hilo de la conversación. Suspiro y camino hacia el estante de libros, casi todos son de economía o autoras que no conozco, parecen organizados por grosor y temas, en la fila de la cual sacó el libro que ahora tiene en la mano encuentro en el canto de uno un título que si puedo manejar, "El monstruo de Frankenstein", de Mary Shelley.
— Disculpa mi osadía — hablo casi murmurando y con los labios juntos, quiero que parezca que voy a preguntar por algo que deberías saber pero que no recuerdo. — ¿Cuál dices que era tu oficio?
— Administrativa ejecutiva en una empresa de contabilidad — dice con total serenidad, ni siquiera está pestañeando. — Para que lo entiendas, toco teclas y hago informes.
— Suena difícil — aporto.
— ¿Qué tiene eso que ver con Mary Shelley? — hace que gire un poco la cabeza y pestañee. — Has mirado ese libro antes de preguntar, ¿Me vas a decir que obsesionarse con el trabajo es malo y que Mary Shelley conservó el corazón de su marido por su obsesión con lo que escribía? Porque esa historia ya la conozco, mi madre me lo inculcó desde los 6 años.
Hago una pequeña pausa a mis pensamientos y evaluo la situación. Alhambra no parece mala persona, al menos no es el tipo de persona que me haría cosas horribles en un cuarto cerrado cual si fuera una fantasía oscura de un autor que ha consumido más pornografía de la que está dispuesto a admitir. Pero puedo discernir en ella una evidente obsesión por los pequeños detalles y una necesidad imperante de controlar todo yendo siempre un paso por delante.
— Por tu silencio supondré que te he atrapado — me dice.
— No exactamente, no tenía intenciones de analizar al "Moderno Prometeo", para ser justos la única parte que me gustó del libro es el final donde Víctor toma armas, un par de cuchillos y se lanza al mundo a matar al bicho — pongo una pequeña sonrisa, seguramente soy el primer hombre en la historia que habla así de un libro clásico. — Solo intentaba establecer una conversación agradable.
— ¿De qué trabajas tú? — me pregunta mientras vuelve a dejar el libro en su sitio.
— De momento no trabajo, solo estudio — verdad a medias, pero decir que soy camarero en un bar interdimensional suena poco apropiado en esta situación.
— ¿Una carrera de psicología? — pregunta alzando ambas cejas.
— Diantres, ¿Soy tan predecible? — mascullo con parte de mi ego herido.
— Tanto como cualquier hombre — la capacidad que tiene para pronunciar esas palabras como si fuera un hecho y no un acto de desprecio inconsciente, todavía me fascina. — Debes dejarlo, no tiene salidas.
— ¿Aquí tampoco? — pregunto casi con una sonrisa irónica. Ella no lo entiende pero lo digo en un doble sentido, en mi país ser psicólogo tampoco es un trabajo que llena la nevera.
— No lo digo solo porque seas hombre — guarda silencio medio segundo que lleva un, "que también", demasiado implícito. — Lo digo en general, deberías centrarte en cosas útiles, como aprender a cocinar, y derivados. Aunque vayas a tardar en casarte, no es una opción que puedas descartar completamente.
Voy a ignorar el "porque no creo que sirvas para otra cosa", que me transmite su cara de ojos abiertos y frente lisa, y voy a tirar por un camino arriesgado. — Yo creo que la psicología es muy útil, pero está mal utilizada. Últimamente todo son explicaciones reduccionistas, te dicen que está mal contigo y en lugar de solucionarlo, te enseñan a vivir con ello.
— ¿Es lo que te pasó con el divorcio de tus padres? — me corta Alhambra.
— Es lo que me está pasando contigo — alzo la barbilla, clavo bien los ojos y me centro solo en su expresión de sorpresa. Espero que no termine con un puñetazo en mi cara, porque seguramente me hará llorar.
— ¿Cómo has dicho? — puedo notar una vena marcarse.
Voy a aplicar lo que aprendí de Keiserin. — ¿Te puedo hacer un análisis rápido? — una contra pregunta.
— No se responde a una pregunta con otra, y yo he preguntado primero — se cruza de brazos, su sombra proyectada en mi cuerpo por la inclinación de la luna, o eso estoy percibiendo, posiblemente todo esté en mi cabeza.
— Alhambra Cervantes — empiezo, escogiendo cuidadosamente las palabras. — Vives con demasiada presión encima, en un estado que está constantemente tratando de demostrar calma mientras algo me dice que piensas cosas como "si pudiera le saco los dientes a patadas al soberbio que está opinando sobre mi vida". — En un desliz miro la estantería, libros forrados en cuero, títulos con letras muy claras que también parecen al margen de las emociones. — Posiblemente no te gustan ninguno de estos libros, aunque te los has leído todos — señalo uno — "Madre rica, madre pobre", ¿Qué aporta este a tu vida?
Alhambra frunce el ceño, no tengo miedo, pero creo que me estoy pasando de insensible.
— Perdón, nada de responder preguntas haciendo otras, ya — busco otro título clásico, y encuentro "Versos fritos" de Gloria Fuertes, justo al lado de "Caperucita en Nueva York" y "Agentes de Dreamland". — Eres alguien con gustos muy peculiares, pero no tienes nadie con quien compartirlos, estás demasiado ocupada pensando en que dirán de ti, o de poder estar un paso por delante cuando el peligro llegue. Por eso no te has casado, un hombre tradicional no te va a aportar temas de conversación interesantes, sólo más estrés, otra boca que alimentar, y si tienes hijos, todavía más estrés y responsabilidades. Para hacer un simil bruto, eres como el chiste del ladrillo azul, compleja, pero con aspiraciones simples.
Ahí termina mi monólogo, evito un "¿No creés?", porque volver a hacerle una pregunta retórica va a ser tentar mucho a la suerte. Aprieto mi mandíbula por si tiene intención de hacer que me salten un par de dientes. Su cara no me dice nada.
— Y los hombres como tú solo quieren amor, ¿Cierto? — entrecierra los ojos al preguntar.
— Todo el mundo quiere amar y ser amado — respondo.
— Que fácil es pedirlo — me confiesa. — A ti no se te va a juzgar por como te desempeñes en un trabajo de ocho horas de oficina, con dos horas extras casi diarias para resolver problemas adicionales que no has causado. Exigir un amor recíproco esta en egoísta por vuestra parte, el mundo va mal porque los veintidós siglos en los cuales estuvisteis a la cabeza os dedicasteis a arruinarlo. ¿Cuantas guerras hay desde que nosotras estamos en el poder? Ni si quiera llegan a cuatro en los últimos 50 años, ¿Hay tensiones? Claro, pero siempre las hay. Cargamos este mundo a nuestras espaldas y lo único que pedimos son casas limpias, comida y un baño caliente, pero claro, pobre del hombre que tiene que aprender a limpiar y a tocar la guitarra si se aburre. ¿Donde está ese insuperable espíritu que se plasmaba en leyendas como Alejandro Magno, que de joven expandió su imperio hasta la India? ¿Qué hay de Julio Cesar, que cuando fue capturado por piratas exigió que pidieran más dinero por su cabeza porque el que daban no era suficiente? ¿Qué me dices de Zhuge Liang y su estrategia de dejar abierta la muralla? Ahora vuestra mayor preocupación es cuidar una casa y habláis de traumas psicológicos como si os pidiéramos que fuerais a combatir al Frente Norte sin preparación.
Me callo, una parte de mí no sabe que decir y la otra considera que la opción de tirarse por la ventana no suena tan mal. Ella suspira y niega, supongo que desde su perspectiva es como hablar de Jon Ronson con un bebé de cinco años que ha roto un juguete.
— Me disculpo formalmente por consumir parte de tu paciencia y tu tiempo — hago una reverencia lo mejor que se. — Creo que lo mejor es que me vaya.
Cuando termino de girar una mano se aferra a mi hombro, puede sacarme el brazo y no estoy exagerando, vale, un poquito si estoy exagerando.
— El botón — me dice.
— ¿Cómo?
— El último botón de tu chaleco va suelto — me gira con facilidad, y me desabotona la última parte del chaleco verde. — Es mera etiqueta, pero también es útil para no sentir presión en la cintura mientras bailas.
Sus manos siguen sin ningún pudor, tiran un poco y me alisan más la ropa, y barre a la altura de los hombros con los dedos como si quitase polvo que yo no veo. Se arrodilla un poco, su cara queda frente a frente de mí.
— ¿Cuál es el chiste del ladrillo azul? — me pregunta con un aliento que huele a menta y champán.
— O, a, "¿Sabes que es azul y malo para los dientes?" — hace un gesto subiendo la barbilla, no ha tratado de adelantarse, algo está cambiando y no se cómo sentirme. — Un ladrillo lanzado al 10% de la velocidad de la luz.
Alhambra se vuelve a incorporar, sus ojos se mueven un poco, pensando, pero no parece entender. — Explícalo.
— Si un objeto físico se acerca mucho a la velocidad de la luz, la capacidad de dispersar fotones se complica, así que presentan mayormente el color azul — como veo que alza ambas cejas, reculo en mi explicación. — O eso me dijeron, si. E, yo no me preocuparía por cómo luzco, no bailaré.
— Si lo harás — responde imponente y segura. — Conmigo.
Hace un movimiento mínimo con la mano derecha, está esperando que me sienta alagado y extienda mi mano.
— Yo... Lo siento, no se bailar.
Su mano sale como un resorte y atrapa mi brazo. — Yo te enseñaré sobre la marcha — me arrastra con paso seguro, y mi ropa queda en su cuarto, no he tenido tiempo de despedirme de ella para siempre.
— Tal vez te pise — digo.
— No me dolerá — responde, pero se detiene de golpe en el pasillo. — ¿A qué se deben tus nervios?
— Yo, ams — mi cerebro da el cien por cien de su ingenio, aunque el 100% de cero siga siendo cero. — No estoy operado — soy un completo genio en el autosabotaje. Sé que Jaime del futuro no me lo agradecerá después.
— ¿Y por qué eso te impide bailar?
— No lo hace, creo, jaja.
— ¿Te van a operar pronto?
— No... No lo sé — ya dudo de mis propias convicciones.
— El proceso no duele en absoluto, y ese mito de que si no lo usas muy seguido en tres días se cierra, es una simple mentira, las médicas solo lo dicen para asegurarse de que no hay excusas frecuentes a la hora de hacer el amor — toma mis manos con la gracia de un vaquero remolcando reses, sigue conmigo hacia delante. — Déjate llevar, te divertirás, palabra de honor.
Esto va mal, esto va muy mal, acaba de revelarme un secreto medico y poner en juego su honor. Por las nubes victoriosas, ¿Cómo se me ocurrió que esto podría salir bien?
***
Volvemos a pasar la puerta, algunas ditas suspiran de alivio al ver a Alhambra, y una con pinta de Gloría María Valenciano Rijo se acerca a ella con su smoking y su acento murciano.
— Ha pasado algo importante en tu ausencia — le dice.
— Voy a bailar — responde Alhambra con una cara que parece decir "¿Por qué me pasan estas cosas en los mejores momentos?".
— No la interrumpiriamos por niñerias — sólo les falta ponerse de rodillas y besarle la mano.
Alhambra suspira y me suelta — Ve con tu madre, te encontraré — acabo de discernir inconscientemente como una promesa de amor y una amenaza de muerte dependen totalmente del tono con el que se digan para ser diferenciadas.
Me muevo entre ditas y hombres llevándome un par de miradas de odio por parte de las primeras y acciones rápidas para alejarse de mí por parte de los segundos. Encuentro a Alfa llenando su copa sola, en una mesa a la que parece que nadie más quiere acercarse. Ella solo hace un gesto de cabeza mientras me ve. Creo que está poniendo una sonrisa sarcástica cuando ve mi traje nuevo. — Que elegancia la de Francia.
No ha dicho eso en voz baja, pero parece ser que absolutamente toda la fiesta ha decidido hacernos el vacío a mí y a ella, lo cual es un alivio porque no tendré que preocuparme de si nos escuchan. O de si me ven en una mesa para mujeres siendo yo hombre. Hay 6 metros de suelo vacío entre nosotros y la persona más cercana.
— ¿Cuantas de esas llevas? — pregunto, a cuatro pasos de ella, señalando a su copa.
— No abras los archivos de ese debate, no merece la pena, no me puedo emborrachar — se toma todo el contenido de un trago. — Como veo que caminas bien supongo que no hubo acción.
— Por favor, para con eso — camino hasta quedar a su lado, la mesa a nuestras espaldas, nuestra única compañía una versión a violín de Runaway de Aurora. — Dicen que ha pasado algo grave, Alhambra ha tenido que ir a mirar que fue, ¿Sabes algo?
Antes de que responda mi mente trabajar rápido, no creo que ese incidente tenga que ver con Julieta y Keiserin, no todavía al menos, fue muy específica con la hora de partida y el porqué debía ser esa.
— Si, la chica que te mojó se puso como una cuba y se cayó por las escaleras de la entrada mientras se iba, jajaja, menuda estúpida — Alfa vuelve a llenar su copa mientras se come un puñado de queso. — Tendrías que haber visto la riña que se ha formado cuando te has ido. Estoy aquí sola porque creen que por mi culpa se ha puesto así.
Eso explica las miradas de odio, creo. Fuera como fuese, si miré un poco de soslayo a Alfa antes de preguntar. — ¿Pero no has tenido nada que ver, verdad?
— ¿Por qué lo preguntas? — seis horas seguidas con Keiserin y ya se nos ha pegado la manía de responder una pregunta con otra.
—Alguien te falta el respeto y como no puedes matarlo lo tiras por las escaleras. Quizás le diste un ataque mental desde la distancia, todavía no sé cómo se supone que funcionan tus poderes.
— ¿A ti te parece que atacar a alguien por la espalda se escucha como algo que yo haría? — mueve un poco el brazo y el bate se revuelca en su manga larga, ¿Cómo podrá guardar eso dentro de la ropa? Tiene que ser magia o algo.
— Totalmente cierto — respondo.
Dejamos que los violines suenen entre nosotros mientras escuchamos el murmullo de conversaciones a lo lejos, hay de todo, algunas se quejan de la calidad de la música, otras la alavan, hombre se ajustan unos collares que empiezan a pegarse por el sudor, ditas hablan de política, o de finanzas, o de bailes mejores en los que han estado y en los cuales la familia anfitriona si estaba presente, y un largo etcétera. No quisiera ponerme filosófico, pero escuchar a toda esta gente hace que me dé cuenta de lo pequeño que soy para el mundo, es algo que no me planteo por las noches. En el bar solo somos yo, mi jefe, mis vasos y, de vez en cuando, alguna clienta. En la Universidad tres cuartas partes de lo mismo, yo, mis amigos, mis apuntes, mis objetivos para el final de carrera. Y aquí, que por primera vez destaco físicamente entre todos los hombres, solo soy el marimacho que ha arruinado una fiesta por pasar tiempo con alguien que le ha ofrecido mejor ropa.
— ¿No quieres bailar conmigo? Esta si me la se — pregunta de repente Alfa. Me está tendiendo la mano y una sonrisa.
— ¿Cómo? - pregunto mientras presto atención a la música que se había vuelto ruido blanco. Esta sonando un cover a violín de "Thanks You" de la artista Dido, aunque seguramente Alfa la conocía por el sampleo que tuvo en "Stand" de Eminem.
— Adelante, a nadie le extrañará que la madre y el hijo marginados bailen solos — chistó mirando la pista. — Puede que hasta se aparten y nos dejen la pista vacía.
— No, yo... — me froté una mano en el chaleco por alguna razón. — ya tengo pareja para el baile.
Alfa me frunce el ceño y arruga la frente. — ¿Quién? — pregunta con un odio celoso, como si pensase que estoy poniendo una excusa de último momento.
— La patrona de la casa — miro hacia lo alto de las escaleras para indicar que hablo de Alhambra, aunque no está ahí.
— Oh, claro, ese era el plan — masculla decepcionada mientras se sirve otra copa.
— Solo serán como cinco minutos de baile — digo para tratar de aliviar la tensión. — La verdad es que no sé bailar, pero ha insistido en que me enseñara sobre la marcha.
Alfa bebe con una ceja alzada, creo que creé que me estoy enamorando, o solo me está deseando la muerte, con ella nunca se sabe.
— No es una excusa repentina, es más, si quieres luego tú y yo bailamos cuando acabe con ella — he hablado sin pensarlo mucho y ella ha alzado las dos cejas.
Se termina la copa de un trago y se limpia las manchas con la manga del vestido. Entonces sonríe. — Jai, ¿Cómo es que eres tan amable conmigo? Y no me digas que es porque te gustan las mujeres peligrosas, como la otra vez.
Le miro a los ojos, sus pupilas están un poco dilatadas mientras espera mi respuesta. No tengo tiempo para darla cuando noto que las ditas en nuestro perímetro bajan la voz o se apartan. Un mujerón, o tal vez un ditón debería decir en este caso, llega hasta mi con su traje agua marina y sus zapatos que solo ahora me doy cuenta de que son de tango. Es Alhambra, quien si no, y toma mi mano si preguntar primero, mientras le ofrece la otra a mi, entre comillas, "madre".
— Señora Hermoso, lamento que esté aquí sola por el incidente de antes — hace una reverencia por la cual hasta Alfa se sorprende. — Los Mizushino ya se han marchado con una advertencia, no volverán a ser una molestia. Espero que la ropa que le regalé a su hijo sirva para saldar la deuda.
— Mejor sola que en mala compañía — Alfa actúa increíble, y estrecha la mano que la han cedido. — Dice mi "Yeni" que la has propuesto bailar. Vaya con cuidado señorita Cervantes, este chico parece que nació con dos pies izquierdos.
— No hay baldosa que no se ajuste con los golpes correctos — asiente mientras me arrastra a la pista de baile.
No sé qué pensar pero supongo que si tuviese una opinión tampoco le importaría, porque no se ha esperado a que Alfa contestase para llevarme con ella.
Alhambra va desacelerando cuando llegamos ante "Las musas entre violines", solo la que parece la lider la mira.
— Desea algo, lady Cervantes — pregunta con una reverencia a medias.
— Una música fascinante — hace el gesto de quitarse el sombrero, supongo que en este mundo es un acto cortés. — Ahora deseo música más lenta, saldré a bailar con un principiante.
La frente de la maestra de ceremonias se crispa y reconstruye en tiempo record, y con los ojos cerrados dice — Por supuesto.
Entonces hace algo con un cuadernillo mientras sus compañeras se preparan para el gran final, arcos frotados con pulgares y dedos corazón maestros, música increchendo hasta el grito final de las cuerdas.
No hubo aplausos al terminar, las ditas y sus hombres empezaron a despejar la pista, tacones y suela dura contra la moqueta mientras Alhambra y yo entrábamos. Toma mi brazo y lo lleva su cintura, luego me estira el otro, no se que estoy haciendo y todo el mundo mira, mis ojos no disciernen entre la decepción, asco y sorpresa que todos ponen. Estoy a cinco segundos, más o menos, de empezar a hiperventilar.
Empieza la música de nuevo, esta no la conozco, pero suena como una balada que podría estar como instrumental en un disco de Challane.
Con un traje arrugado que desentona más que un hombre cagando en una plaza, noto que solo otras dos parejas bailaran con nosotros. Así no nos opacan, pero tampoco nos dan demasiado protagonismo.
Empezamos a movernos, mis mocasines resbalan ligeramente sobre el suelo pulido y mis brazos luchan por no resbalarse y tocar donde no deben.
Alhambra se mueve con un ritmo ensayado que copio más que un repetidor en cuarto de la ESO. Va con gracia natural, pisa a la izquierda, coloca la punta, pisa a la derecha, coloca la punta, mi mano en su cintura y la suya en mi homoplato. Bien podría haber estado bailando con una montaña por lo pequeño que me sentía.
Se suponía que era un baile sencillo, adelante, atras, y zancadas no muy grandes, así lo estaban haciendo las dos parejas que nos acompañaban. Es como caminar en cuadrados, total, solo era memorizar y no lo hacía tan mal, pensaba, hasta que la pisé.
Muerdo mis labios, cierro los ojos, y espero a que me tumbe de un golpe, pero el golpe no llega. Abro solo el ojo derecho y ella sonríe.
— No es tan difícil — no pierde el ritmo, y me dejo llevar. — No te preocupes, mi hermano ya me ha pisado antes, tengo los dedos insensibles.
Otro mito sobre las ditas derribado, pero fuera como fuese, no tenía tiempo para centrarme en mi estudio antropológico sobre la marcha, debía dar buena imagen.
Alhambra me sonríe inclinándose, me elevaba poco a poco la mano, y giro como un cisne o algún animal que gire bien.
— Felicidades, ya sabes bailar vals — sus ojos más verdes que el falso jade al que estoy acostumbrado me transmiten mucha confianza. No me había sentido así desde que Keiserin me levantó en vilo.
— Soy todo un Vals-larin — sonreía al pronunciar el peor juego de palabras que ha presenciado el planeta Tierra en cualquiera de sus variantes, y ella me devolvió la sonrisa con la expresión que ponía Alfred Adler en todas sus fotografías, seguramente nadie sabe aquí quién es, así que os diré que no era mucho, pero era sincero.
Me tranquilicé más, capté bien el ritmo, y diré que desempeñé de manera decente mi papel en esa pista, dado que no me visteis, nunca sabréis si digo la verdad o no.
La canción termina en un último estribillo, y con pasos sincronizados, nos dirigimos fuera de la pista de baile y salimos con la última nota. No hay felicitaciones, no hay ni vencedores ni vencidos, y los dos parecemos estar felices por ello.
— Fue un buen baile — me dice ofreciéndome un codo al que agarrarme.
— Es mi único y mejor baile hasta la fecha — correspondo el apoyo por cortesía y no porque los nervios hacen que no sepa dónde estoy parado.
Empezó a caminar sin darme explicaciones, moviéndose nuevamente entre un mar de gente que se apartaba a su paso. Llegamos a una mesa y me suelta para, de espaldas a mí, llenar dos copas de algo que creo que es tinto de verano.
— No soporto más este ruido.
La sigo sin agarrarme a ella, vamos hacia la puerta por la que Alfa y yo entramos, si, algo de aíre fresco y menos olor a comida cara me parecen más interesantes que la fiesta. Me gustaría que Alfa también venga con nosotros, pero no la distingo entre la multitud.
Ahora estamos fuera, había unas seis parejas tonteando en el pasillo, una dita incluso estaba preparando un cigarrillo eléctrico antes de que saliéramos, ya veo que el agobio no solo es cosa de hombres y super alta nobleza. Fuera como fuese, todo se despejó en segundos, quien no se fue hacia el patio se fue hacia la fiesta de nuevo, pasando con un saludo cortés, hacia ella, a mí ni me miraron. Me atengo a la teoría de que no saldremos más de esto, Alhambra debe estar cerca de la fiesta por lo que pueda pasar.
— Bebe — me da una copa que ha tapado completamente con la mano.
— Gracias — la acepto con cortesía porque decirle que no puede tomar una copa si calienta el líquido del vaso con la palma se me hace poco caballeroso.
El contenido parece más oscuro de lo habitual y ella me miraba como me miraba antes cuando me vestía, ¿Qué quiere probar con esto? ¿Si me animo a tomar alcohol? No soy de beber mucho, pero el tinto es de las bebidas con alcohol más diluido, y creo que el color oscuro del fondo puede ser la prueba.
Alhambra me acerca su copa para un brindis antes de que pueda seguir pensando — Salud.
— Salud — brindamos.
— Bebe con cuidado — me advierte.
Ella toma tragos elegantes y lentos, sonriéndome con los dientes de abajo de una forma que creí que era imposible. Le hice caso y me detuve al notar una fina lámina de metal chocar contra mis paletos. Fue molesto y asqueroso, como morder el tenedor junto al filete.
Bajé un poco la copa y noté la mirada de reojo de Alhambra. Tendría que haberme preocupado, aunque solo hubiese sido por la posible intoxicación que eso pudiera causar en la bebida, por cosas como esta desearía tener miedo como las personas normales.
La placa brilló por las lámparas del pasillo y pude ver a la perfección el grabado inscrito en ese hermafroditus rex. "Cervantes" ponía, ya había visto esto en algún otro lado, claro, era la placa típica de los collares de matrimonio.
Mis manos temblaban, mis ojos fijos en cada letra y gotas de sudor empezando a formarse en mi frente.
Alhambra puso una mano en mí hombro y con solo intentarlo me puso de rodillas. — Jennifer Hermoso, en este momento tienes el placer de casarte conmigo — dice, sin agacharse. — Tú madre no podrá casarse con mi hermano, pero tendrá el honor de que su hijo lleve mi apellido. No lo haremos público aún, no le quitaremos su momento de gloria a mi hermano, pero no te preocupes, se oficiará la boda lo antes posible.
Preocupado era una palabra amistosa para lo que estaba sintiendo, pero cuando me pongo nervioso me da por hablar. — No, no me casaré contigo — digo sacando voz y huevos de alguna parte. — No eres tú, soy yo, no estoy listo. — No me atreví a subir la mirada porque sabía que solo me recibiría un rostro sin emociones plausibles.
Alhambra se pone de cuclillas, mi frente a la altura de sus ojos, una mano en el hombro como si me diese el pésame. — Te entiendo, traumas de la infancia con tu madre, mucha presión y miedo a tus superiores — lleva su índice y pulgar a mi cara y levanta un poco mi barbilla. — Es normal, te has criado con estereotipos y miedo, pero no te pondré la mano encima si no te lo mereces.
— Es que no es posible.
— No te veas como poco, toda vida es importante aunque no aporte mucho al gran esquema de las cosas — me tomó de las axilas y me obligó a ponerme recto. — Mi padre tiene un refrán para esto, tiene un refrán para todo; "donde frien en garbanzos, doce gansas y doce gansos son veinticuatro gansos".
Estoy muy seguro de que el refrán no es así, y de qué no tiene el significado que ella creé que tiene.
Toma la lámina, y la cierra dentro de mi mano mientras asiente. — No llevaré prisa, te operaras cuando estés listo.
Ella realmente tiene que sentirse como una poetisa a la altura de Neruda, y quien sepa lo que Neruda hizo en su vida entenderá este símil mejor.
— Alhambra — me detengo cuando ella empieza a girar. — Mira, si aprecias mi opinión aunque sea un mínimo...
— No tiene caso — niega con la paciencia de quien educa a un niño. — Tu mente limitada no visualiza el esquema completo, te haré feliz, más de lo que imaginas, más que esa carrera sin futuro. Ahora lo hablaré con tu madre.
Y tira de mí de nuevo, pasos más fuertes y decididos mientras me arrastra a dentro. Debí tirarme por la ventana cuando tuve la oportunidad. Solo espero que Keiserin y Julieta estén en posición, porque vamos a tener que improvisar un plan de huida de último minuto.
En retrospectiva, creo que entiendo su reacción, todo gracias a mi carrera sin futuro, por supuesto. Ella sufre de un grado, quiero creer que lebe, de limerancia, fenómeno estudiado por Dorothy Tennov. Un amor repentino y obsesivo por quién crees que te complementa. Ha encontrado un hombre que ha cumplido con todas sus expectativas, unas muy bajas hay que decir por mucho que parezca que me autodesprecio, y se ha enamorado rápidamente.
No hay manera de que Keiserin no supiera esto, mínimo sospecharía que valía cualquier hombre de pelo en pecho y estatura superior al metro cincuenta y cinco, total no sirve de nada engañarse, Antonio hubiera desempeñado un mejor papel que yo.
Hubiera sido genial si se lo hubiera podido explicar tranquilamente, tomándonos esa copa y diciendo que hay más peces en el mar, pero ya estábamos frente a Alfa y por la cara que puso al verme, supe que no íbamos a salir de aquí con un "gracias por venir y perdón por las molestias".
***
La mesa en la que Alfa está sigue tan desierta como la dejamos, hay tres botellas de alcohol vacías y ella revisa su agenda en el teléfono que una vez me perteneció. Pero levanta la mirada cuando escucha los pasos de Alhambra en su dirección.
— Doña Hermoso, le traigo una fascinante noticia — dice Alhambra, no muy alto, consciente de que cualquier cuchicheo familiar se expanderá como la pólvora si sobrepasa el ruido de los violines que ahora tocan algo que parece el Ave María de Schubert, sin coro. — Me voy a casar con su hijo.
Alfa pestañea, mira mi cuello, ni rastro de collar aún. Suspira mirando mi cuerpo escombro de estatua de sal que suda por todos los poros de la frente. Exagero poco si digo que tengo mi vida colgando en sus manos.
— ¿Tú quieres? — pregunta.
— Por supuesto — responde Alhambra. — Ha sido una fascinante noche, veo que ha educado bien a su hijo en cultura general, no es muy bueno bailando pero seré paciente enseñándole, y no tendrá que preocuparse por su carrera, pero si quiere que la termine gustosamente pagaré lo que sea necesario, la operación viene incluida en esa oferta.
— Okey, pero la pregunta no iba dirigida hacia ti, le preguntaba a mi hijo — Alfa habló con la gracia de un sistema preprogramado. — ¿Te gustó? ¿Quieres pasar la vida a su lado?
— No — respondí rápido por si Alhambra no me cedía el turno de palabra. Tiró de mi muñeca para tenerme más cerca cuando intenté moverme.
— Pues ya escuchaste — Alfa se encoge de hombros, pero supongo que ver la cara estupefacta que tengo hace que lo intentes suavizar. — Cervantes, estoy segura de que eres la muñe... Mujer más hermosa con la que muchos podrían soñar, pero mi hijo no es uno de ellos.
Creo yo que en una discusión normal ahora se me preguntaría porque no estoy interesado en ella, y yo respondería parafraseando alguna canción de amor, pero Alhambra no podía entender porque una divorciada y un "estudiantes sin futuro" negaban la mejor oferta que se les podía hacer en vida.
— Es un hombre — replica — su opinión no cuenta, no puede entender el panorama entero, ¿No me diga que valora más su opinión que la mía?
Eso lo dijo demasiado alto, demasiadas cabezas giraron y la tierra no me tragaba por más que yo quisiese.
— Valoro su opinión más que la de cualquiera — responde Alfa antes de mirar la hora en la pantalla del móvil, si no la conociese diría que también ha flexionado un poco el cuello para mirarse los lugares donde alguna vez hubo cicatrices. — Es nuestra hora de irnos, y supongo que ya no somos bien recibidos aquí. Por favor, suéltelo.
Alfa casi sonríe mostrando unos dientes agresivos que en el pasado estuvieron llenos de escamas de un hombre lagarto. Alhambra no se intimida ni un poquito, recta como un clavo en madera, y espaldas anchas como las de Javier Castillejo. La música se ha detenido. Oficialmente, todo lo que podía salir mal ha salido mal.
— Conste que lo intenté por las buenas — murmura Alhambra para que solo yo la escuche. — No va a irse a ninguna parte, usted y su hijo han estado involucrados en el incidente de la noche que ha terminado con una mujer de primera con traumatismo craneal. Como única propietaria activa a cargo de la casa, debo obligarles a permanecer aquí hasta que la situación se esclarezca.
Alfa me miró, sabía que no me iba a gustar fuera lo que fuese que iba a decir. — Solo tienes un disparo, no pierdas la oportunidad de explorar.
Me tiró el móvil encendido al pecho y lo detuve a tiempo con mi única mano libre mientras Alhambra retrocedía con una finta de boxeo. Sin soltarme, por supuesto.
Miré la pantalla; "Levan Polca" ponía junto a una cuenta recesiva.
Tiro el móvil al suelo mientras me tapo un oído con la mano y el otro con el hombro. Entonces estalla, como aquella primera noche en el bar, palabras al hazar en ingles empezaron a sonar al ritmo de la música finlandesa. Ira, angustia y dolor, todo sampleado con gritos de agonía.
No se cuando Alfa tuvo tiempo para sacar el bate y golpear la muñeca de Alhambra logrando que me soltase. No se cuando me agaró del cuello de la camisa porque ya tenía el móvil en la mano de nuevo. Solo se que salimos porque levantó su mano apuntando a todas las lámparas en forma de antorcha del salón, y con un corto circuito, dañó los tímpanos de toda aquella persona presente que había sobrevivido al primer sampleo. Diría que también hubo fuego, pero no me quedé a analizar cada minucioso detalle del caos general.
Patea la puerta con las botas y salimos al pasillo vacío, afortunadamente. Giramos dos veces a la izquierda en esquinas que no llevan a la salida principal.
— La salida es por el otro lado — digo cuando me suelta para que siga corriendo solo.
— Perra, ¿No recuerdas el mapa de Keiserin?
El insulto no era necesario, creo yo, pero puedo discernir cuando alguien está nerviosa, especialmente si corre por su vida usando vestido. En un solo desliz, toda la fuerza de su hombro choca con una puerta que se abre sin necesidad de llave. Me mete y cierra tras ella.
Estamos en un pasillo muy, muy, estrecho. Ahora lo recuerdo, esto da a la parte baja del castillo, los camerinos y demás lugares, un verdadero laberinto si no cuentas con un mapa o memoria fotográfica, por cierto, dos cosas que nos faltaban.
— Tira de mi falda — dice Alfa mientras recupero el aliento.
— ¿Qué?
— La parte baja — dice señalándose con las manos. — No puedo correr con esta mierda que puede trabar mi paso.
— A, claro, si.
Agarro bien los tejidos, ella igual, giramos en direcciones opuestas y de falda pasa a minifalda de estudiante de secundaria. Tira la tela escaleras a bajo y suspira antes de reír.
— No te ha hecho besarle nada, ¿Verdad?
— Por supuesto que no — contesto con un cuerpo que se sonroja, porque siempre quiere llevarme la contraria. — ¿Qué hacemos ahora? Porque claramente Keiserin y Julieta aún no han venido.
— No te preocupes, contábamos con un escenario así, solo tenemos que irnos y ya nos encontramos en el bar — Alfa sacó el teléfono de nuevo para mirar una fotografía que había hecho del plano. — A ver, aquí pone.
No hubo tiempo, una pierna pateó la puerta, atravesándola y quitando el móvil de las manos a mi compañera, que se partió en cinco al chocar con la parte alta de las escaleras. Todo se sintió como si Alhambra hubiera seguido nuestros pasos totalmente ajena al peligro que supone Alfa y ahora fuese a abrir la puerta de golpe, lo sé, porque es exactamente lo que acaba de pasar.
— ¡Corre! — me grita Alfa mientras alza el bate.
Voy escaleras abajo sin pensar, casi la mitad de rápido de lo que baja Alfa al recibir un puñetazo de Alhambra en toda la nariz. Nudillos rojos, altura imponente y cara de que nos iba a sacar los dientes a patadas. Pasaron tantas cosas después de eso que lo único que me sorprende es que terminase vivo y con todos los huesos en su sitio.
***
>> Keiserin y Alambra // Alfa y Keiserin comprando.
>> Explicar porqué Julieta no tiene guarda espaldas // ¿Por qué Keiserin no fue por Julieta en el mismo momento que supo que existía otra dimensión?
>> Mi contrato es de 6 m... // No me importa, no aparecerás los dos meses de propuestas y se te pagará igual.
>> Tú vida en este momento depende totalmente de mi // pues vendeme a buen precio.
>> Keiserin tiene el mapa de Alhambra.
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Alfa: pelo negro largo con un mechón verde (pelo revuelto), jeans negros gastados, campera de cuero negro con líneas verdes (toda su ropa hecha girones) y botas de cowboy negras con espuelas, tiene ojeras tapadas con maquillaje negro, iris rojo y cicatriz 0.1.1, tiene una risa macabra (como Miku pero agresiva), tiene las uñas comidas y pintadas de añil, // Sale en la página 6 de 60 (solo en Google japonés), secuestró a una cosplayer y le obligó a cantar en inglés (lo hizo angustiada y aún así, Alpha la mató), se le van las ganas de seguir bromeando si te adelantas a sus argumentos, // trabaja en un taller como mecánica de motores, su teléfono móvil es el antiguo teléfono de Jaime, // "no abras los archivos", "ella es una falsa, yo soy la original", "yo bailo en la noche y sonrío en tus sueños", "¿No quieres hablar conmigo? Yo quiero ver cómo cantas", "¿Te gustó?", "Responde la pregunta, ¿Cómo ha estado?", "Así que, ¿A ti te gusta cantar, pequeña muñequita?", "es tu jodida culpa, perra", "¿Te ha gustado ahora?". "¿Sabes que opinaría mi creador al respecto? Nada, idiota, está muerto, lo encerré en mi sótano" // "okey", // "¿Entendiste?", "escuchaste",
Jaime Parera Ronaldo: mide 1'60, tiene 19 años, estudia psicología, tiene mal de Urbach-Wiethe // sensible y formal (habla con números ordinales y a veces habla de usted, y a veces no), le gustan las caricaturas antiguas, el fisioculturismo, "no soy de pensar mucho en el futuro temprano cuando tengo azúcar en la sangre", "soy de los que calla, y pregúntalo evidente no lo importante", el sonido del hielo en los vasos, frotar vasos o copas con una bayeta y las mujeres peligrosas // "este no es uno de esos casos", "pues díselo ahora, porque la tumba no va a escucharte", "lo lamento si...", "primera y seguramente única vez...", "sus dotes", "como dijo mi padre...", "para los no conocedores", "dudo que sea legal en este país...", "sin hacer preguntas", "que es exactamente lo que acaba de pasar", "en su propio tablero", "no se que pensar", "quiero creer qu...", // "diantres", "total", "atenerme", "fuera como fuese", "dado que", // "discernir", "indagar", "holgazanear", "no quisiera", "repuso", "plasmar", "soltar", "suena",
Aaron Paredes Ripoll: edad 57 años, tiene barba cana pero no bigote, está calvo, tiene cáncer de pulmón, no fuma // vive en la planta de arriba de su bar, su mujer hace natación, su hija es socorrista // "ya no estoy para estos trotes", "a los mejores les pasa", "llevo 54 años dando tralla", "hubieras ido y te hubieras enterado", "¿A qué se dedicaba ese?", "hay que empezar paseítos, lo que es pasear", "... Y vas de sobra", "A, si", "Si es que ahora no se aguanta la gente" // "joer", "muchacho",
Keiserin Gutiérrez: mide 1'78, pesa 64 kilos, 40 años, la mayor de tres hermanas, ojos marrones, cabellera morena, siempre lleva guantes blancos, chaqué de lino, labios carmín, un espejo de bolsillo, fan de "La Bella y la bestia" y de "Romeo y Julieta"// responde una pregunta con otra // su trabajo dura toda la noche así que no tiene reloj, lleva 50 rosas en los bolsillos interiores, un paquete de cigarros de menta fresa, un monedero y el reloj de Julieta, toca la guitarra española, tiene un doctorado de psicología y una maestría de música (S.XI-XXI), // "los de antes", "déjame hacerte los honores", "amor, por favor...", "codiciada soltera", "me voy a romper (la voz) en esto...", "no te tomes la vida muy en serio, no saldrás vivo de ella", "esto lo carga el diablo", // "tomar", "han de ser", // "mil perdones", "y luego", "pa' que",
Julieta Cervantes: 1'54 m, 57 kilos, ojos cián, vestido de falda corta y zapatos de tacón, mucho maquillaje (colores rosa palo), cara risueña y pelo alborotado, // se acurruca en los pasillos del camerino (pasa las noches llorando), le gustaba trasnochar aprendiendo acordes de guitarra, aparece radiante en las revistas, habla con su reflejo en su espejo de mano, tararea cuando se pone nervioso, // "no tengo quien me diga...", "¿Cómo puedo ser tan tonto?", "¿Tú quien eres y que has hecho con aquel que fui yo?", "soy el príncipe del país de las mentiras", "que sabrán", "lo cambiaría todo, guitarra y corona, por unas viejas zapatillas", // "ajá", "¿Qué más da?", "desapercibido", "papá - madre",
Alhambra Cervantes: 36 años, 1'73 m, 72 kilos, ojos verdes, pelo marrón tirando a oscuro //
Diestra Cervantes: 59 años, 2'03 m, 112 kilos, pelo largo moreno, músculos marcados, ojos verdes mar, // la mujer más importante de la comarca y la sexta del país, //
Luna Cervantes: 58 años, 1'53 m, 56 kilos, pelo corto y marrón, ojos azul oscuro, // "tanto drama y tanto conflicto por una tontería tan grande",
Risato (Kijima) Mizushino: 46 años, trabajaba en una compañía como chico de los cafés // "tengo mucho que aprender", "tiene que ser estricta, no hago nada bien", "que felicidad", "dame un minuto", "estoy muy agradecido", "yo no soy malo", "haré lo que pueda", // "como", "Ah...", // "sacar copias", "siento que...", "puedo",
Yuna Mizushino: 45 años, // "la cosa es...", "no creo que...", "demos comienzo", "sigues siendo igual de inútil", "yo soy un caso amable", "el día de hoy", "¿Me estás cuestionando?", "que empiece el show", // "vuélvete", "¿Te gusta?", "acepto", "haré cargo", "reflexiona", // "rico", "lindo", "en verdad", "ridículo",
Yui Mizushino: 18 años, va a secundaria aún porque reprobó varias veces, presidenta del consejo estudiantil, // "no actúes tan arrogante", "me das sueño", "no me importa que llores", "me siento como nueva", "se me llenan los ojos de lágrimas", //
Chiro Mizushino: 20 años, casi no habla, se le da bien cocinar, // "es culpa de...", "tú tampoco", "no tan rápido",
BAR: puertas de cristal mate que se cierran solas // paredes marrones // 4 luces en el techo, una oscila porque cuelga de un ventilador // barra de siete metros // Encimera con espacio para los pinchos de exposición// encima dos armarios pegados a la pared con tres estanterías para vasos (Jaime no llega a la tercera más alta) // a la derecha de la misma las dos fuentes de cerveza (una Mahou y otra Cruz campo) // al final de la repisa la cafetera // debajo de la barra está la nevera con las bebidas correspondientes // taburete de metal con asiento giratorio y de goma espuma // puerta (empuja) de plástico duro con cristal mate // baldosas de falso jade.
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